Política 'drive-through'
La traducción literal es conducir a través. También se dice drive-thru. Y no es más que el triunfo de lo frenético. Del mundo acelerado. Es una expresión que se utiliza en EE UU, donde el coche es casi un dios. Allí hay todo tipo de establecimientos drive-through. Desde restaurantes de comida rápida, hasta oficinas bancarias. A estas últimas, accedes sin bajarte del vehículo y disponen de una ventanilla con unos tubos que aspiran el dinero o los cheques que quieres ingresar. Hay incluso misas drive-through, una especie de funeral exprés donde el ataúd del difunto se coloca a la entrada de la iglesia para que la gente pueda despedirse del finado desde el coche. Algunos asistentes tiran una flor y, de inmediato, ponen el pie en el acelerador y salen pitando.
Hace unos años leí en este periódico un artículo anunciando una nueva revolución. Un movimiento que estaba triunfando en el mundo -el triunfo debió ser bastante efímero ya que apenas hemos cambiado nada- y que encabezaban personas que aspiraban a recuperar la calma para saborear la vida. En él se decía que 150 años de velocidad frenética, que se inició con la Revolución Industrial, estaba desembocado en un modelo de vida a contrarreloj que generaba engendros como estas misas en coche. U otros más idiotas todavía, como un azucarillo de disolución ultrarrápida creado para ejecutivos que no pueden perder mucho tiempo en remover su café de la mañana.
Quizás haya sido el sosiego vacacional. O igual es consecuencia del agobio por la vuelta al trabajo, pero tengo la sensación de que acabamos de iniciar el curso político conduciendo a través. Es decir, haciendo política drive-through. Los dirigentes desde el púlpito y los ciudadanos sin bajarnos del coche, consumiendo eslóganes basura e ideología de usar y tirar. Por ejemplo, nos lanzan la preocupación por la nueva gripe, que nosotros aspiramos sin habernos repuesto todavía de la anterior epidemia, la de la gripe aviar; o de la anterior a la anterior, la enfermedad de las vacas locas. Vivimos en un desasosiego, a la espera de que por los tubos de cualquier ventanilla del Ministerio de Sanidad nos tiren las vacunas sin enterarnos dónde está el riesgo de no ponérsela ni quiénes son los que tienen más riesgo si no se la ponen. Aquí nadie se calma, sobre todo los que se encargan de meternos miedo.
Ocurre igual con la situación económica, que va contra la pachorra. La crisis es un laboratorio de ideas rápidas aunque de duración efímera. Zapatero nos subirá los impuestos para recaudar 15.000 millones más, pero los ciudadanos esperamos el incremento sin saber por dónde nos va a llegar. Por la renta, por el IVA, por el tabaco, o, a lo peor, por todos a la vez. Contamos ya con casi tantas medidas económicas como parados, aunque las iniciativas para afrontar la crisis se diluyen antes que el azucarillo ultrarrápido.
Estos días se ha iniciado el curso escolar. Y da la impresión de que la sociedad aspira a lograr colegios drive-through, donde poder dejar a los hijos sin tener que bajarnos siquiera del coche. Ni logramos la conciliación de la vida laboral y familiar ni vamos a terminar logrando la conciliación entre los estudios y el ocio de los niños, esa necesaria compatibilidad entre aprender y vivir, reír y jugar. Somos padres también drive-through. Hacemos tiempo en el coche esperando las actividades extras a las que apuntamos a nuestros hijos después de que hayan estado todo el día en el colegio. Eso sí, las mejoras educativas las queremos tan rápidas que en algunos centros escolares andaluces han llegado este año antes los ordenadores portátiles que las aulas, que han tenido que hacerlas prefabricadas. O sea, de usar y trasladar.
La vida requiere sosiego. Hay que saborear la calma, para poder esperar tranquilos la llegada del nuevo modelo productivo.
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