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Columna
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Las flores del lupanar

Andan las autoridades madrileñas con dolores de cabeza por las meretrices callejeras. Ni las jaquecas solucionan algo que estaba claro en las Partidas de Alfonso X: se legislaba sobre mujeres "que están en la putería y se dan a todos cuantos a ellas vienen". En tiempos de Felipe II había en Madrid tres casas de mancebía ubicadas en las calles de Francos y de Luzón, y en la plaza del Alamillo.

Con su hijo Felipe III, monarca piadoso, los lupanares lícitos eran cerca de 800 en la Corte. Cada aspirante tenía que aportar estos increíbles documentos: ser mayor de 12 años (sí, 12), haber perdido la virginidad, ser huérfana o de padres desconocidos y haber sido abandonada por los suyos, siempre no fueran nobles.

La cosa decayó con Felipe IV, un rey bastante disoluto, que redujo a una sola las casas de mancebía, en la Puerta del Sol. En 1623, asesorado por la Inquisición y por la monja sor María Jesús de Ágreda, firmó una pragmática prohibiendo los lupanares en todo el reino. De entonces data la actual situación. Uno de los personajes que se opuso a la medida fue el franciscano fray Pedro Zarza. Envió al rey un escrito defendiendo la utilidad de estos locales "para la buena moral, la salud pública y el bienestar del reino". Añadía que veía "mayores males en su prohibición que los que producían las casas de mancebía". El fraile, reprendido por el Santo Oficio, fue desterrado de la Corte.

Como el paro incrementa las lumis y macarras, es hora de que se aclaren las autoridades. Que hagan caso a Alfonso X y al monje Pedro Zarza.

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