_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sube a mi nube

Llevo tres años llegándome a Murcia un par de días por septiembre y no deja de sorprenderme. Incluso orográficamente sigo preguntándome como una tierra de aspecto tan árido puede ser tan fértil. O no logro descifrar qué tipo de mestizaje ha concluido en ese acento tan particular, tan extraño, tan abstracto, que exige a cambio una atención especial al diálogo con un murciano de pro. Incluso acudo a los mismos sitios y me sorprendo. Cita obligada es la plaza del Cardenal Belluga, que da nombre a un emporio religioso donde se ubican la magnífica catedral de Murcia, el Palacio Episcopal y el colegio de teólogos (o algo así). Allí, en sus terrazas, me sorprende una niña que mueve los pies enfadada y se los mira como preguntándose por qué se mueven. O un grupo de jóvenes que se preguntan en la mesa de al lado cuál es el acento de otras tierras que más les gusta. Ellos, con su deje tan definido, tan rotundo, eligen el canario, demostrando que los polos opuestos se siguen atrayendo.

Nada es baladí en Murcia. Basta con fijarse en la nomenclatura de sus pueblos, cuyos nombres no están puestos para diferenciarse unos de otros sino que encierran una filosofía, una explicación por sí mismos. Los hay de todo tipo. Unos homenajean a las mujeres sea cual sea su condición social. Así, existe Doña Inés y La Paca. Anteayer los crucé y pensaba lo maravilloso que debe ser que te pregunten de dónde eres y respondas: "De Doña Paca". Si tu esposa o esposo es de Don Benito, el asunto ya se acerca al orgasmo original. Los hay que homenajean a los animales, como Mula o Caravaca de la Cruz, pero los mejores son los de contenido religioso, especialmente dos. Uno se refiere a un arroyo que pasa por debajo de la autovía que lleva a Caravaca, el Arroyo del Padre Pecador; otro, a un pueblo, La Hija de Dios. Quiero pensar que el primero recuerda a un esposo infiel que fue arrojado al arroyo por la Inquisición. El segundo es todo un descubrimiento: resulta que Jesucristo tuvo una hermana. Otros son más mundanos como Las Torres de Cotillas o Bullas.

Anteayer, la catedral me dio la penúltima sorpresa. En dos paredes enfrentadas se leen dos pintadas majestuosas que, lejos de empañar su hermosura, la realzan por su inteligencia. En una se lee: "La simbología no es una identidad", que sin duda el autor dirigía al emporio religioso. Pero no me negarán que es un mensaje que vale igual para los patriotas de todo cuño y condición que convierten los colores, los trapos o el color del pelo en el faro de sus vidas. La otra es más poética. "Sube a mi nube", reza. Y a mí me parece que bien valía para definir las medidas del Gobierno contra la crisis o la falta de medidas de la oposición contra la crisis. Para mí que tuvo algo que ver que justo enfrente hay una Escuela de Arte Dramático, la única parte laica (amén de las terrazas) en la plaza del Cardenal Belluga. Por cierto, ¿no les suena a caviar el apellido?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_