Un problema sin atajos
A veces parece que el botellón conlleva, digámoslo muy suavemente, disfunciones que la sociedad no sabe atajar más que acudiendo a la represión: más policías, más control. Pero la cuestión es mucho más profunda.
La casuística reglamentista, la pretensión de resolverlo todo por la vía legal, cuando la cuestión es de carácter socio-cultural y educativo, explica no pocos de los fracasos que hemos conocido en España cuando se ha abordado este fenómeno del ocio juvenil nocturno. Los ciudadanos, adultos y jóvenes, no han asimilado cosas elementales como que el "derecho" a divertirse es subsidiario frente al del trabajador a descansar.
La sociedad adulta se ha acomodado a los hábitos de consumo de alcohol de los adolescentes. Padres, creadores de opinión, autoridades, referentes juveniles, expertos, etcétera, mantienen hacia este consumo una doble moral: por un lado, un inoperante alarmismo indoloro (salvo padres y vecinos directamente concernidos), y por el otro, en la mayoría de la sociedad, el principio del "prohibido prohibir", siendo éste mucho más potente.
Si se pretende imponer una ley sobre hábitos sociales arraigados caeremos en la ineficacia. Piénsese en Cáceres, Vitoria, Salamanca, Málaga y un largo etcétera. Pero si los hábitos sociales se ejercen fuera del ámbito de la norma, entonces caemos en la anomia o, como en Pozuelo, en un intolerable ataque a la policía que no debe quedar impune.
Los ciudadanos tienen derecho al descanso. También las personas mayores que muchas veces no tienen recursos para irse a otro sitio a vivir. Los jóvenes también a disfrutar como a ellos les gusta: abriéndose juntos a la vida, conversando y experimentando sensaciones prohibidas hasta que sean adultos Éste es un ejemplo de conflicto que exige un tratamiento trasdisciplinar. No hay atajos y la cosa va para largo.
Entre tanto, dos cosas. En primer lugar no hay que olvidar que hay diferentes realidades de botellón que exigen tratamiento propio en unos y otros municipios. Y, sobre todo, enseñemos a los adolescentes a beber alcohol sin esperar a los 18 años; junto a la dimensión sanitaria introduzcamos la ética, por ejemplo el concepto de bebedor pasivo al modo de fumador pasivo y mostremos a los adolescentes que no por beber más se lo van a pasar mejor (hay datos concluyentes al respecto), pero sin caer en la moralina de que siendo abstemios van a ser los más felices del mundo. Los nuevos adolescentes vienen muy espabilados. Pero piden, soterrada aunque nítidamente, balizas de comportamiento.
Javier Elzo es catedrático emérito de Sociología en la Universidad de Deusto.
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