Insaciables autores
Aunque este verano a punto de fenecer ha sido prolífico en catástrofes del más variado tenor, ninguna de ellas ha conseguido proporcionar a este modesto columnista materia prima de calidad suficiente para iniciar el año académico con una reflexión de cierta enjundia. La razón es que, se mire por donde se mire, todas guardan una estrecha relación con esa epidemia (mucho más extendida en España que la gripe H1N1) que llamamos estupidez humana y que ya fue objeto de tratamiento exhaustivo por el gran Carlo Cipolla en su célebre ensayo sobre el tan delicado asunto. Naturalmente, podría copiarle sin citar la fuente, como hacen muchos en este país, pero entre mis numerosos defectos no está el de apropiarse de las ideas ajenas. Sé lo mucho que cuesta exprimir las neuronas hasta conseguir algún pensamiento verdaderamente original, capaz de empujar hacia delante la rueda de la civilización. De modo que me limitaré a exponer un sencillo ejemplo de estupidez en estado puro, abandonando cualquier pretensión de autoría sobre el asunto.
Uno de los divertimentos mediáticos durante las vacaciones ha consistido en poner a caldo, una vez más, a la Sociedad General de Autores Españoles (SGAE), en esta ocasión a cuenta de su arrogante pretensión de cobrar derechos de autor al Ayuntamiento de Fuente Obejuna por representar en sus calles una adaptación de la conocida pieza de Lope, siguiendo la costumbre establecida. Como era de esperar, el clamor popular en contra (incluyendo a su demagógica alcaldesa) ha sido prácticamente unánime. Cómo se les ocurre cobrar a todo un pueblo, por el mero delito de preservar la tradición cultural, preguntan. Qué voracidad recaudatoria la de estos artistas sin corazón, tan sensibles como aparentan que son... Bla, bla, bla. Nada nuevo. Similares argumentos a los que ya escuchamos en su día cuando lo del canon, o cuando supimos que los conciertos benéficos también tributan por derechos de autor.
Y el caso es que puede comprenderse que la derecha patria odie a un tipo como Teddy Bautista (el presidente de la SGAE). No sólo porque es un artista, y por tanto, un rojo peligroso, sino porque, además, representa a otros muchos que también lo son (y ya se sabe de qué parte suelen estar éstos en las campañas electorales). Pero que los opinadores de la denominada ala progresista caigan como pardillos en esa trampa ya rebasa mi más elemental capacidad de asombro.
Sin ir más lejos, en la sección veraniega de este periódico, Toni García titulaba su columna Banda de ancho de la siguiente guisa: "España, unida contra la SGAE", advirtiendo, entre bromas claro está, que a este paso ya nadie se atreverá a silbar en el tren o a cantar en la ducha, por temor a que "un tipo de negro y con gafas de sol, libretita y lápiz, con la punta bien afilada" nos exija 50 céntimos por "estar silbando a Juanes". Muy gracioso.
O sea, que todos están de acuerdo a la hora de ridiculizar a una de las pocas instituciones (quizá la única) que en España se dedica a cumplir estrictamente la legalidad vigente, devolviendo a los autores el justo pago por su contribución a la creación y al enriquecimiento cultural de la sociedad.
¿Lamentable actitud? No. La consecuencia lógica de un entramado social entrenado en el menosprecio de las ideas originales, la investigación y el pensamiento en general; y extraordinariamente comprensivo, sin embargo, con la chapuza, la copia, la evasión de impuestos, la corrupción y el trapicheo.
Resiste, Teddy. Somos muy pocos, pero estamos contigo.
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