Una victoria pírrica
Ha comenzado formalmente el curso político que, en realidad, en ningún momento ha cesado por estos pagos, como delatan las novedades acontecidas en la vida pública valenciana durante esta canícula y la intensidad con que se han discutido en los cenáculos partidarios y hasta mediáticos, no obstante la habitual diáspora y pereza agosteña de los comentaristas. Baste mencionar el sobreseimiento de la causa abierta contra el presidente Francisco Camps y otros de sus cofrades, así como el apocado reajuste del Consell llevado a cabo a raíz de la muerte súbita de ese hombre cabal y gestor eficaz que ha sido el consejero José Ramón García Antón. Agréguese a estos sucesos el festejo-mitin del PP celebrado el pasado viernes en la plaza de toros de Valencia a modo de desagravio tonificante de su alicaído líder y titular todavía de la Generalitat, que ha de percibir y sufrir como nadie cuán precaria y pírrica es su reciente victoria judicial.
Vuelve, pues, la política al primer plano de la actualidad en sintonía con el bullicio del reencuentro escolar con las aulas, aunque nos tememos que con mucha menos alegría, especialmente entre las huestes conservadoras, abrumadas por la espada de Damocles que acecha la cabeza del molt honorable, beneficiario provisorio de una peregrina resolución del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana que no sólo ha hecho añicos el crédito profesional sino también cuestionado gravemente la integridad moral de los magistrados que la han parido. Parece obvio que el Tribunal Supremo, ante el que se ha recurrido el aludido auto, pondrá a cada uno en su sitio dando luz verde a las imputaciones de soborno con las obvias consecuencias procesales y políticas. O, dicho de otro modo, pondrá punto final a la carrera pública de quienes no han sido otra cosa que unos pánfilos periféricos engatusados por una trama de corruptores.
Pero eso lleva sus largos meses y hasta entonces estaremos gobernados -lo que es mucho decir- por un clan dirigente y un líder sumidos en la duda estratégica que ya se pulsa en las filas del partido. Por lo pronto, ¿tendrá Camps resuello para aguantar el embate judicial en el que está inmerso? No hay que ser un gran observador para constatar la erosión física que le está ocasionando este contencioso. Y después, ¿qué previsiones convendría hacer para propiciar un relevo al menor coste electoral? Porque, ciertamente, algo tendrán que hacer, aun cuando, como le hemos oído decir a un izquierdista perverso, si la derecha valenciana fuera de raza negra, en un alarde de inconsecuencia votaría al Ku Klux Klan. Pero no es negra y cabe esperar que sus componentes menos obtusos no estén dispuestos a seguir votando por un "paraíso de impunes, además de horteras", según feliz descripción de Maruja Torres. Claro que, vaya usted a saber.
Y lo que es peor, trabados por sus propios problemas, los unos, e impotentes los otros, decimos del partido presuntamente alternativo, el PSPV, los valencianos parecemos abocados a contemplar inermes cómo la crisis económica nos va hundiendo en la miseria -sanidad pública, enseñanza, asistencia social, desempleo...-, víctimas de una coyuntura universal, pero también de la clase política más risible y despilfarradora que nos ha gobernado desde la transición. Una candidatura para masocas de toda raza y condición.
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