Prohibido
"Demostrar el espíritu por la ausencia del espíritu, demostrar la idea por la ausencia de la idea, demostrar la vida por la ausencia de la vida, tal era la paradójica tarea de la obra de arte. En consecuencia, era la tarea y la característica de la belleza". A esta elucubración sobre la misión paradójica del arte se entregaba el escritor Shunsuké Hiroki, protagonista de El color prohibido (Alianza), la única novela no traducida al castellano hasta ahora del célebre autor japonés Yukio Mishima (Tokio, 1925-1970). Escrita entre 1950 y 1953, cuando Mishima iniciaba su feraz carrera literaria, jalonada por éxitos no exentos de polémica, la reluctancia comparativa que suscitó esta novela no creo que se debiera al tratamiento descarnado del erotismo homosexual, ni a la descripción prolija de los ambientes en los que éste se desenvolvía, sino a la compleja urdimbre con que está entretejida su acción, cuyo trasfondo último es el desdoblamiento último de un escritor, de unos 65 años, el antes citado Shunsuké Hiroki, de horrible fealdad, y la criatura que imagina, un tal Yuichi Minami, encarnación de la más pletórica juventud y belleza, al que va a utilizar como arma letal contra el mundo al que no ha parado de despreciar en su ya dilatada existencia.
Aunque la narración de esta pugna es profusa en lances y anécdotas, a veces, muy enrevesadas, no se tarda en percibir que todo ello no es sino una excusa para que el escritor, trasunto de Mishima, se lance a las digresiones más extremas y peligrosas sobre el fatal desencuentro del arte y la vida, cuyo único e instantáneo momento de conjunción es la muerte.
Quince años después de que Mishima se diera pública y cruenta muerte, mediante el tradicional método del seppuku la mañana del 25 de noviembre de 1970, cuando sólo contaba 45 años, el cineasta estadounidense Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, 1946) acometió la realización del prodigioso filme Mishima. Una vida en cuatro capítulos, ahora en exhibición tardía en nuestras pantallas.
Con una puesta en escena sobria y refinada, que evoca la estética de Robert Wilson, y con la música de Philip Glass, esta película es un prodigioso e implacable viaje al interior mismo del conflictivo escritor japonés, o, lo que es lo mismo, al corazón de lo que narra en su amplia, variada y fervorosa producción literaria. En este sentido, tomando como punto de referencia el día del suicidio de Mishima, cada uno de los capítulos del filme de Schrader, titulados La belleza, Arte, Acción y Armonía de la pluma y la espada, son excursiones al núcleo de algunas de sus novelas, apenas entreveradas con concisos datos biográficos retrospectivos.
De manera que, más que un documental, se trata, en efecto, de una inmersión dostoievskiana al infierno anímico de Mishima, atrapado en la más aguda paradoja existencial, que es la del artista abocado como tal fatalmente a la muerte. En un momento del filme, y reproduciendo literalmente lo escrito por Mishima, le oímos decir: "Pronto descubrí que la vida consta de dos elementos contradictorios: uno era el de las palabras, que pueden cambiar el mundo, y el otro era el propio mundo, que nada tiene que ver con las palabras". He aquí la mejor paráfrasis de ese peligroso camino sin retorno hacia lo prohibido que es el arte.
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