El pueblo de los cien ojos
Los ambiteños quieren que su enigmático monumento sea gancho turístico
La palabra ojo tiene 24 significados en el diccionario de la Real Academia Española. Parece que para el ambiteño Federico Díaz Falcón tenía muchos más. O uno muy importante y oculto. Nadie sabe el porqué, pero Federico construyó, en la década de los sesenta del siglo pasado, un extraño monumento a los ojos a las afueras de su pueblo. Tres grandes arcos decorados con más de doscientos azulejos variados con un solo motivo en común: los ojos.
La obra sorprende al visitante poco antes de entrar en Ambite (512 habitantes). Si desde la carretera no se sabe muy bien qué son esas extrañas construcciones, vistas de cerca tampoco ofrecen muchas más pistas. El monumento se encuentra bastante deteriorado y faltan 30 de los 251 azulejos que lo decoraban. Pero la impresión de sentirse observado por decenas de ojos persiste. Los hay que reproducen los de famosos (Pelé, Raphael, Dalí, El Greco, Picasso...), los llegados de lejanos lugares (Barcelona, Sevilla o El Cairo), o los que añaden sentidos mensajes (el ojo de la paz aparece entre dos palomas, y se repiten los consejos a la donación de ojos y otros órganos). También hay hueco para los acertijos y proverbios. "Vale más ver una sola vez que escuchar mil", afirma una sentencia rusa. Incluso para los personajes de ficción, como Heidi y Charlot, o los imaginados por el autor, como un extraño futbolista torero. Hay también visiones del futuro, con un año 2000 acompañado de platillos volantes.
Nadie sabe qué llevó a Federico Díaz, ya fallecido, a levantar este monumento. Nacido a principios del siglo pasado en una familia adinerada, fue gran aficionado al deporte y los viajes. Llegó a ser campeón de lanzamiento de barra castellana y uno de los primeros españoles en llegar al Círculo Polar Ártico. "Una persona bastante curiosa para su tiempo", comentan en el pueblo. Federico Díaz encargó los azulejos a un pintor residente en Talavera, al que enviaba por carta sus ideas para que las plasmara en cerámica.
Ahora el Ayuntamiento quiere rehabilitar el monumento y acondicionar la finca donde está situado (propiedad de los herederos del autor) para dar un atractivo turístico al pueblo. Los pocos reclamos monumentales de Ambite son la iglesia barroca de La Asunción, frente al Ayuntamiento, y el palacio de los marqueses de Legarda, construido en el siglo XVI y que está al lado de otro de los tesoros de la localidad: una milenaria encina de más de 20 metros de altura y catalogada como una de las más antiguas de Europa. Una antigua leyenda cuenta que en sus bellotas está escrito el futuro de las parejas, desde que, en la Edad Media, una doncella acudiera allí a llorar la marcha a la guerra de su amado caballero.
"Es complicado dar a conocer Ambite", asume Javier Villanueva, agente de desarrollo local, "poco a poco vamos centrándonos en el turismo natural". Para ello, la joya de la corona es la Vía Verde del Tajuña, que une Ambite con Arganda del Rey por los antiguos trazados ferroviarios. El apeadero de la localidad ha sido acondicionado como piscina, donde también se ofrece un servicio de alquiler de bicicletas. El problema de Ambite, reconoce Javier, es que "la población está muy envejecida y apenas hay iniciativa". Poca juventud se ve por sus calles, algunas con nombres tan de otra época como plaza del Caudillo o avenida de José Antonio. Se nota que el verano, que prácticamente multiplica por cuatro la población, ya ha acabado.
Y que los servicios son escasos: un colegio para infantil y primaria -al que el curso pasado acudían algo más de 20 alumnos-, un centro de salud, una farmacia y un centro de servicios sociales mancomunado. Hay también varios bares y dos tiendas "con lo básico". En una de ellas, la de la plaza, atiende Mari, de 64 años, que lleva "toda la vida" tras el mostrador. Allí echa las cuentas con papel y boli, sumando en voz alta, o manda hablar bien a una clienta a la que se le ha escapado un "joder" al oír el precio de un recogedor. La tienda es la entrada de su casa, separada por una cortina del salón en el que se escucha a su marido. El local, lleno de productos por todas partes, parece sacado del decorado de Cuéntame cómo pasó. Sólo la imagen de Cristiano Ronaldo sonriendo en la portada de una revista recuerda que estamos en el siglo XXI. De haber nacido unas décadas antes, seguramente los ojos del portugués miraran desde alguno de los arcos de Federico Díaz.
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