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Columna
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Descanso agotador

Zapatero volvió a mostrarse como la suma de todas las buenas intenciones, sin malevolencia alguna

Bertrand Russell en su libro Elogio de la ociosidad reconocía que, como casi toda su generación, había sido educado en aquello de que "la ociosidad es la madre de todos los vicios".

Con el paso de los años su opinión fue que se había trabajado demasiado en el mundo. Sostenía que la identificación del trabajo como una virtud había causado enormes daños en el mundo moderno y que el camino hacia la felicidad y la prosperidad pasaba por una reducción organizada de aquél.

Interesa recordar estas verdades elementales una vez concluida la operación retorno, que permite comprobar los estragos de un descanso agotador. Especialmente para quienes se hayan visto sometidos durante las vacaciones a la compañía de los niños, siempre fatigosa, pero, especialmente, en ausencia de una estricta disciplina de las criaturas. Y aceptemos que de la disciplina de la infancia nunca más se supo ahora que prima el consentimiento hasta la tortura de los mayores.

Escribía también nuestro autor que la necesidad de tener contentos a los pobres impulsó a los ricos a predicar la dignidad del trabajo durante miles de años, aunque teniendo buen cuidado de mantenerse indignos a este respecto. Señalaba también cómo el culto a la eficiencia ha inhibido hasta cierto punto la capacidad que antes teníamos para la alegría y los juegos. De forma que la noción de que las actividades deseables son aquellas que producen beneficio económico lo ha puesto todo patas arriba.

Así sucede que concedemos demasiada poca importancia al goce y a la felicidad sencilla y no juzgamos la producción por el placer que da al consumidor. Russell propugnaba una educación que fuera más allá del punto que generalmente alcanza en la actualidad y se dedicara a despertar aficiones que nos capacitaran para usar con inteligencia el tiempo libre. Porque el ocio más o menos hambriento es la mayor suculencia del espíritu, como recordaba Gómez de la Serna en carta a su amigo también en el exilio Arturo Soria y Espinosa.

Otra cosa es que la clase ociosa, a pesar de su carácter opresivo y de verse obligada a inventar teorías que justificasen sus privilegios, haya prestado contribuciones decisivas a casi todo lo que llamamos civilización -las artes, las ciencias; la literatura; la filosofía- y que haya refinado también las relaciones sociales. Incluso dice Russell, "la liberación de los oprimidos ha sido, generalmente, iniciada desde arriba". De ahí que estimara que "sin la clase ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie".

Para nuestro autor las dos cosas más universalmente deseadas son el poder y la admiración. Y sucede que por lo general los hombres ignorantes no pueden conseguir ninguna de las dos sino por medios brutales, que llevan aparejada la adquisición de superioridad física.

La cultura, por el contrario, proporciona formas de poder menos dañinas. En esa línea invoca la figura de Galileo de quien dice que hizo más que cualquier monarca para cambiar el mundo y que con un poder superior al de sus perseguidores para nada tuvo necesidad de aspirar a ser, a su vez, perseguidor.

Así que la vuelta al trabajo en estos comienzos de septiembre puede producir efectos calmantes, anestésicos, para gentes que tienen dañado, a veces de modo irreparable, el disfrute del ocio o que sólo han tenido oportunidad de disfrutar de una versión muy limitada del mismo por haber debido permanecer expuestos en demasía a excesos familiares que pasan la cuenta.

El regreso al trabajo es también de nuevo la conexión con la Red, con la radio, la televisión, la lectura de la prensa. Es decir, la comprobación adicional de que nuestros políticos apenas se han oxigenado.

Por ejemplo, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en su primera conferencia de prensa del pasado viernes volvió a mostrarse como la suma de todas las buenas intenciones sin mezcla de malevolencia alguna.

También, por la otra banda, el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, parece entregado a la creencia ilimitada de que la corrupción en sus propias filas será perdonada a base de que los sorprendidos in fraganti sigan sin dimitir ni dar explicaciones y comparezcan componiendo la figura de víctimas de la perfidia judicial.

Todo indica que para el Partido Popular el mejor escenario sería el de una España con cinco millones de trabajadores en paro y unos sindicatos que al fin prestaran oídos a la patronal para lanzarse a una huelga general contra el Gobierno.

Mientras que el Partido Socialista Obrero Español seguiría pensando que los peperos echados al monte de la desmesura constituyen la garantía más segura de su continuidad en el poder. Pero, ¿cuáles serán las causas fracturantes elegidas para este otoño?

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