LA DÉCADA DE BRITNEY
A esta década le quedan 123 días y todavía no hemos decidido cómo vamos a llamarla. Los británicos, en cambio, hicieron los deberes en su día. Ya en 2002 decidieron que los primeros diez años del siglo XXI serían los noughties. El ridículo nombre viene del término nought que designa al cero. El escritor Douglas Coupland advirtió entonces que la broma no iba a cuajar a gran escala. Porque los estadounidenses no lo usan. Acertó, claro.
Más preocupante que no tener nombre para otra década que se cae del calendario es no haber encontrado siquiera el sambenito que colgarle. También es cierto que el precedente más inmediato, los ceros de un siglo atrás, fueron más difíciles de encasillar que sus sucesores. ¿Demasiada presión? ¿Dudas existenciales? Porque luego, sobre todo a partir de los años veinte, se encadenaron identidades más nítidas y fácilmente apilables. Topicazos, sí, claro.
Sería precioso poder defender que estos diez años han sido los de la toma de conciencia ambiental global. Y es cierto que nos dejan un montón de camisetas presuntamente ecológicas y grandes momentos humorísticos como un queso que no contamina (perdón, que contamina menos). Pero mucho me temo que este pedazo de tiempo encajado entre dos dramas catárticos -el 11-S y la dolorosa ostia económica- no está llamado a jugar un papel tan amable y bienintencionado en la historia.
Siendo brutalmente honestos deberíamos admitir que durante buena parte de este tiempo nos hemos puesto las botas. Comiendo, construyendo, criticando, operando, viajando, gastando. Con tanta ansiedad y voracidad como mala leche. Una sola imagen de Britney Spears (elijan la que quieran: sin bragas, rapándose la cabeza, moviéndose como un pato en el escenario) nos retrata con más sinceridad que todas las encendidas declaraciones de amor a Al Gore.
El recuerdo te saca la foto desde el lado que le venga en gana. Te favorezca o no. En un mundo ideal, el decenio televisiva pasaría a la posteridad por Los Soprano, pero lo hará por Gran Hermano. Nos gustaría que nuestro tiempo se identificara con la revolución musical de Radiohead y la que quedará será la del Chiki, chiki. Seguramente, nos lo hemos ganado. Porque, aun admitiendo las dificultades de identidad de una etapa de transición, resulta alarmante comprobar cuántos hitos de la de la inanidad más absoluta nos deja ésta. Hasta el punto que ni siquiera nos hemos inventado algún tic estético original del que luego poder reírnos. Más bien, llevamos diez años vestidos con los chistes malos de las décadas anteriores. Después de todo ¿qué se puede esperar de un cero? Pues eso, nada.
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