"Óscar me pidió que le subiera tabaco"
Todavía en Islamabad (Pakistán), el alpinista Álvaro Novellón, de 31 años, compañero del desaparecido Óscar Pérez, acepta una charla telefónica con EL PAÍS, aunque reconoce que su situación y todo lo sufrido durante estas últimas semanas le parecen todavía "irreales". Novellón desgrana con precisión las circunstancias en las que ocurrió el accidente tras conquistar ambos la cima del Latok II (7.125 metros) y describe con detalle sus movimientos para escapar de la montaña y pedir ayuda.
Pregunta. ¿Cuántos días llevaban Óscar Pérez y usted en el Latok II antes del accidente?
Respuesta. Después de intentar escalar el Latok I sin éxito, buscamos otro objetivo accesible desde nuestro campo base. No fue fácil: el valle en el que estábamos tiene montañas increíbles, pero todas ellas demasiado complejas para una ascensión en estilo alpino
"A Óscar se le fue la nieve bajo los pies y cayó todo el largo de cuerda arrastrándome"
"Vi que caeríamos los dos sin poderlo evitar. No sientes miedo. No hay tiempo para ello"
"Al dejarle, nunca creí que no volvería. Quiso que no preocupara demasiado a la gente"
"Estuvo dos noches sin saco y me dijo que no pasó mucho frío. Pocos habrían aguantado"
[sin colocar campos de altura ni cuerdas fijas, cargando con todo el material necesario]. Sólo la arista noroeste del Latok II ofrecía buenos sitios para vivaquear [dormir al aire libre] y un recorrido sin apenas peligros objetivos. Pero a esta arista se accede realmente desde el valle contrario y, desde donde nos encontrábamos, el simple hecho de alcanzar el collado donde empieza la arista ya presentaba demasiadas dificultades, lo que nos hizo creer que tendríamos muy pocas posibilidades de éxito. Aun así, conseguimos alcanzar los 6.400 metros de altura en tres jornadas de escalada. El cuarto día salimos con idea de intentar alcanzar la cumbre, pero a media mañana ya nos dimos cuenta de que estaba demasiado lejos y que en esta ruta las mayores dificultades se localizaban en la parte superior de la vía. Decidimos seguir, conscientes de que nos alcanzaría la noche, y finalmente vivaqueamos sin saco a 100 metros de la cumbre. A la mañana siguiente continuamos escalando tras acordar que, si no la veíamos cerca, tendríamos que renunciar a la cumbre. Entonces no sabíamos lo cerca que estaba. Hicimos cumbre y comenzamos el descenso con todo el día por delante, pero cansados después de tanta actividad. El accidente ocurrió el quinto día, cuando apenas nos quedaban 300 metros para llegar al vivac, donde habíamos dejado los sacos, la tienda, la comida...
P. ¿Cómo ocurrió?
R. De bajada, decidimos salirnos de la ruta para alcanzar unas palas de nieve que había bajo la arista de roca y poder así alcanzar nuestro vivac desde ellas. La arista de roca en ese tramo era horizontal, por lo que habríamos tenido que volver a escalarla en sentido contrario y no hubiera sido nada fácil. Las palas de nieve eran sencillas, pero la nieve a esa hora de la tarde no estaba en muy buenas condiciones. Óscar lo vio y me pidió que le asegurara. Unos segundos después, cuando acababa de colocar un seguro, a Óscar se le fue la nieve bajo los pies y cayó todo el largo de cuerda arrastrándome con él. El seguro se quedó en la roca justo antes de que pudiera pasar la cuerda por el mosquetón. En ese momento vi claro que caeríamos los dos por la ladera sur de la montaña sin poder hacer nada por evitarlo. No sientes miedo. Imagino que no hay tiempo para ello. Simplemente, asumes lo que te está ocurriendo con una pasmosa tranquilidad. De pronto, todo se detuvo. La cuerda se clavó en una pequeña arista de nieve y nos quedamos cada uno colgando a un lado de ella como en un péndulo. Óscar había caído 50 metros por una pared de roca y colgaba en el vacío por debajo de un desplome. Estaba consciente, pero muy desorientado. No sabía qué le había ocurrido ni dónde estaba.
P. ¿Pasaron una noche atados el uno al otro?
R. No. Cuando llegué hasta donde estaba Óscar, primero intenté subirle, pero fue imposible. Así que le descendí hasta una repisa, para lo que tuve que cortar la cuerda de la que colgaba. Como mucho, pasarían dos horas desde el accidente hasta que estuvimos los dos en la repisa. Allí acordamos que yo volvería al vivac y cogería los sacos y comida para pasar la noche, con lo que le dejé ropa de abrigo y me fui hacia el vivac de noche, con las manos congeladas y en medio de una ventisca. No fui capaz de volver a la repisa. Ni tan siquiera pude montar la tienda. Intenté comer y beber para recuperarme y salir a por Óscar, pero no dejó de nevar hasta la mañana siguiente. Pasé la noche despertándome cada 20 minutos pensando que Óscar no aguantaría.
P. ¿Hablaron de la situación en la que se hallaban, de las dificultades de un rescate?
R. Por la mañana, el tiempo mejoró y desde donde estaba logré hablar con Óscar. Allí seguía. Fue su segunda noche sin saco. Dijo que no pasó mucho frío, aunque pocos lo habrían aguantado. Llegué otra vez a la repisa. Le llevé los dos sacos, un hornillo, gas, comida, la funda de vivac... Ambos teníamos claro que yo debía bajar a pedir ayuda. Ninguno hablamos sobre la posibilidad de descender juntos. El terreno era demasiado complejo. Estábamos fuera de la ruta de descenso y Óscar no podía moverse por sí mismo. Ahora sé que pecamos de ingenuos.
P. ¿Cómo se despidieron?
R. Me pidió que le subiera tabaco y que me tomara el descenso con calma, que tuviera cuidado.
P. ¿Cómo estaba Óscar?
R. Tenía una pierna rota, un golpe en la cara, las manos inflamadas por las congelaciones y una de ellas rota. Creo que ninguno fuimos del todo conscientes de lo grave que era la situación. Cuando me marché, nunca pensé que no sería capaz de volver a subir a por él. Me pidió que no preocupara demasiado a la gente.
P. Su descenso en solitario tuvo que ser durísimo...
R. Sólo contaba con unos 30 metros de cuerda y un trozo de cordino. Por eso el descenso se hizo bastante largo. Tenía que hacer rápeles muy cortos. Afortunadamente, fui encontrando material abandonado por otras expediciones en intentos anteriores a la arista. Sobre las dos de la mañana llegué al collado, descansé tres o cuatro horas y continué el último tramo hasta el glaciar. Fue el que más me costó. Se me hizo eterno rapelar aquellos 1.000 metros de desnivel de 30 en 30 metros.
P. Pese a su cansancio extremo y a las congelaciones, nadie le convenció de que no tomase parte en el rescate ¿Por qué?
R. No conseguimos encontrar alpinistas lo suficientemente aclimatados para subir hasta Óscar. Sólo contábamos con Fabricio [Zangrili, guía estadounidense] y él solo no podría llegar hasta Óscar. Además, yo conocía la ruta y el punto exacto en el que se hallaba.
P. ¿Puede describir cómo fue la decisión de detener el rescate?
R. Volvimos Jordi Tosas y yo, junto con dos porteadores de altura, de fijar cuerda hasta el collado. Esa noche debía continuar Fabricio fijando cuerda por la arista, pero, cuando llegamos al campo base, nos dijeron que él ya había tomado la decisión de no seguir. Venía mal tiempo y nosotros bajamos en medio de una ventisca. Después de las nevadas podía ser peligroso continuar y no se quería poner a nadie en peligro. Desde Huesca lo tenían claro y la familia de Óscar estaba de acuerdo.
P. ¿Cuántas veces ha pensado estos días que se podría haber hecho más por salvar a Óscar?
R. Lo único que podría haber cambiado el resultado de este rescate es la actuación de los helicópteros del Ejército paquistaní, pero me temo que hay que asumir que no son helicópteros ni pilotos dedicados al rescate.
P. Cuesta entender que se escalen montañas tan remotas como el Latok II, que se jueguen la vida o la de los rescatadores.
R. Cuando voy a una montaña, no pienso que me esté jugando la vida. Intentas hacer las cosas bien para no hacer de esta actividad algo peligroso, pero no se puede tener todo siempre bajo control. Ni en la montaña ni en ningún otro sitio. Óscar nos ha dejado haciendo lo que más le gustaba. No es una excusa, pero, a sus 33 años, probablemente haya vivido más que mucha gente en vidas más longevas y con la suerte de poder disfrutar al máximo de su tiempo.
P. ¿Desea aclarar algún punto?
R. No se puede relacionar la dificultad de lo que hemos hecho con el accidente. No hicimos una apuesta demasiado arriesgada. Simplemente, intentamos escalar una ruta muy difícil, pero segura, sin apenas peligros objetivos. De hecho, nos caímos en uno de los tramos más fáciles. Fue un error humano. Nos confiamos y en un terreno fácil nos caímos.
P. Es de imaginar que con el tiempo seguirá escalando...
R. Si es verdad que el tiempo lo cura todo... Primero, habrá que esperar a que se curen las congelaciones. Después, a que se cure alguna que otra herida...
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