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me cago en mis viejos II

VEINTICUATRO

El día siguiente, o sea, ayer mismo, llego al campamento de Bilbao dispuesto a todo, como si yo fuera un tipo decidido, con ideas propias, con personalidad, llego, digo, dispuesto a merendarme al director y a su puta madre (si fuera preciso) para rescatar al hombre invisible y me lo encuentro al lado de la maleta, esperándome, o sea, que mi hermana, cágate lorito, me había hecho caso. Y el director del campamento, que está allí mismo, me lo entrega como el que se desprende de una verruga, de un tumor, de un moco. Cabrón, digo para mis adentros, mientras tomo de la mano al hombre invisible y me lo llevo al taxi. Gracias, me dice el hombre invisible. De nada, le digo yo, y enfilamos hacia la estación de autobuses. De vuelta a Madrid, le pregunto qué coño ha ocurrido y dice que no se encontraba bien allí. Ya sé que no te encontrabas bien allí, gilipollas, te estoy preguntando por qué no te encontrabas bien. Pues porque no me encontraba bien, insiste él. Me mata, este crío me mata, eso es lo que pienso, pero al mismo tiempo pienso que está hecho polvo, que está peor que yo, pues mal que bien voy saliendo adelante, si a esto mío se le puede llamar salir adelante. A lo mejor estoy saliendo hacia atrás, o sea, de nalgas o de culo, voy de culo, pero voy. Entonces suena el móvil y es el dueño del restaurante, que por qué no he ido. Por una desgracia familiar, digo. Me conozco lo de las desgracias familiares, dice el tipo, o estás aquí en media hora o te doy el finiquito. Le digo que me dé el finiquito, total tenía un contrato de 30 días y están a punto de expirar. Por un momento me siento lleno de ideas propias, por una vez en mi puta vida soy yo. Entonces suena otra vez el móvil y es mi hermana. Que si he recogido al crío. Que sí, que lo tengo a mi lado. Que ya hablaremos, dice ella. Que cuando quieras, digo yo, y de lo que te dé la gana. Que le pase a su hijo. Le paso el teléfono al hombre invisible. Es tu madre, le digo, y pone cara de duda (o de asco, no sé), pero coge el teléfono y le oigo pronunciar una vez más la frase mágica: Porque no estaba bien allí. Qué riqueza de exposición, qué despliegue argumental, qué pico de oro, puto hombre invisible.

Mal que bien voy saliendo adelante. Quizá estoy saliendo hacia atrás, de nalgas o de culo. Voy de culo, pero voy
EDUARDO ESTRADA

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