Otra diosa en el Olimpo
Una magnífica Blanca Portillo en la piel de Medea clausura el Festival de Mérida
La Medea de Tomaz Pandur y Blanca Portillo, espectáculo con el que se clausura la 55ª edición del Festival de Mérida, se convirtió en histórica desde la noche de su estreno, el pasado jueves en el Teatro Romano, ante 3.000 espectadores electrizados que, más que aplaudir puestos en pie, bramaron al finalizar el brillante y conmovedor espectáculo que narra "la íntima tragedia de un amor desventurado".
Resulta inexplicable que un arte tan efímero como el teatro se asiente en el imaginario colectivo tan sólo con las referencias emocionales de una ínfima parte de espectadores. Medea, protagonista de la mitología europea, cuyo conocimiento emerge de la dramaturgia primigenia de Eurípides (al que siguen cientos de autores), permanece en España en la memoria, no siempre real, unida a dos grandes actrices que han encarnado la simbología que encierra el mito: Margarita Xirgu y Nuria Espert, ambas ligadas al Teatro Romano de Mérida, donde la representaron varias veces. Ha habido muchas más, en Mérida otras 14, pero nunca alcanzaron la cima de este par de monstruos de la escena, no sólo por sus capacidades interpretativas, sino por lo que representan para la historia del teatro español.
La Xirgu y la Espert se han apretado en su trono para hacer sitio a la Portillo
Rabiosamente telúrica, Medea habla con la voz de las mujeres de hoy
Pero hace tres días un director esloveno de fama internacional, una actriz madrileña hoy gran referente del teatro español y un sólido equipo encabezado por Asier Etxeandia, Julieta Serrano y Alberto Jiménez dejaron claro que el siglo XXI ha dado su gran Medea. Y la Xirgu, fallecida en el exilio, y la Espert se han apretado en su trono para hacer sitio a una Portillo que ha sabido dar una vuelta de tuerca, en clave panduriana, y mostrar una Medea rabiosamente telúrica que habla con la voz de las mujeres de hoy.
Porque Pandur, con la versión de su autor de cabecera, Darko Lukic, y su colaboradora más fiel, Livija Pandur, ha querido que Medea sea una suerte de apátrida, desplazada, exiliada, emigrante, siempre dolorida. Como la que el director sitúa entre el público, 15 minutos antes de la representación, y que el público no siempre descubre, sólo cuando ve la anacrónica gabardina o tropieza con el rostro con el que han compartido noches en sus casas donde preside la vida un televisor.
Medea, de tanto caminar, ha perdido su condición de bruja colérica y vengativa. Por amor a Jasón, traiciona, descuartiza a su hermano, incita a crímenes. Y por el desamor de Jasón asesina a la que le usurpa el tálamo de la pasión. Y a sus propios hijos. Pero no es una loca, es una mujer llena de heridas que no quiere para sus hijos la humillación que sufre el extraño, el diferente.
El espectáculo, que se representará hasta el 30 de agosto, recrea (con un Etxeandia sorprendentemente equino) a un blanco centauro narrador, que nos retrotrae a la concepción pasoliniana de una Medea que emerge de las primitivas tradiciones del Mediterráneo profundo. El mismo que recorrieron Jasón y los argonautas y que tan profundamente conoce Pandur, quien ha llenado la escena de sus propios referentes ancestrales, con la escenografía de Numen llena de pacas de paja y un oscurantista zepelín en el cielo, del que emana una suerte de cordón umbilical con el que se ata al escenario, a la tierra. Con sonidos y esa música tan balcánica de Silence, interpretada en directo por voces y acordeones de jóvenes actrices convertidas en mujeres de la Cólquide, quienes, junto con los actores argonautas, forman un certero elemento coreútico. Todos al servicio de una propuesta casi operística, con pinceladas de cine neorrealista y sutiles y delicados aromas de Pasolini. Donde cada actor tiene un aria con la que lucirse, como la nodriza Julieta Serrano con su monólogo final, como Jiménez-Jasón, quien dosifica el dolor hasta llegar a un clímax final desgarrador, como el Egeo que asume Etxeandía.
Y con una grandísima y rotunda prima donna, que ha puesto toda la carne, la sangre y el alma sobre la sólida base de esta Medea.
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