_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El otro lado de la barra

Soy taxista asalariado, tengo 32 años y me llamo Nicasio. Como las cosas andan mal, este año me he buscado un curre de camarero en Madrid durante las vacaciones. Maldita la hora en que se me ocurrió aceptar el trabajo en una taberna de un barrio popular algo alejado del centro. En mi profesión de taxista estoy acostumbrado a soportar lo que no está escrito, pero eso es una broma comparado con el agobio diario de un camarero. Cada noche llego a casa baldado y saliéndome palabras necias hasta por las orejas. Yo soy de natural apacible, pero esta experiencia me ha vuelto misántropo.

La cervecería en cuestión es pequeña, casi exigua. Por ella desfilan a lo largo de la jornada personajes y personajillos descerebrados y plúmbeos, más pesados que matar una vaca a besos. Hay excepciones que alivian un poco el muermo. La clientela de una taberna de este tipo se divide en tres secciones: fijos, ocasionales y equivocados.

Los fijos son los más peligrosos porque no te los puedes quitar de encima. Se dejan una pasta gansa y alegran la caja, pero son la madre de todos los aburrimientos. De vez en cuando coinciden seis o siete que convierten la tasca en un psiquiátrico. Por las razones que sean, los bares de barrio suelen ser un imán para mentes dislocadas y buscadores de bronca.

Desde media tarde hasta la hora de cierre, la cosa va en progresivo deterioro porque se juntan las churras con las merinas. El alcohol incrementa los gritos, y aquello es un galimatías infernal. La gente no habla, rebuzna. Y la televisión, a todo gas. Si quieres conocer el mundo, hazte camarero. Comprobarás que es cierto el versículo del Eclesiastés: "Stultorum numerus infinitus est". Einstein lo tradujo así: "Sólo dos cosas son infinitas, el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro de lo primero". Estoy loco por volver al taxi y sólo aguantar a los plastas de uno en uno.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_