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LOS GRANDES SUCESOS DEL ARCHIVO DE EL PAÍS

La misteriosa desaparición de la joven que quería irse con los ángeles

Una mujer de 24 años desapareció en Tarragona en febrero de 2004. Sus ropas se encontraron, con sangre, junto a una Biblia. Su cuerpo aún no ha sido hallado

Mónica Ceberio Belaza
Cartel con la cara de Aurora Mancebo, de 24 años, que desapareció en la urbanización Bosques de Tarragona.
Cartel con la cara de Aurora Mancebo, de 24 años, que desapareció en la urbanización Bosques de Tarragona.Josep Lluis Sellart

"Adiós, me voy. Vuelvo en un rato". Aurora Mancebo salió de su casa la noche del 27 de febrero de 2004. Tenía 24 años. Nunca regresó. No se llevó bolso, ni dinero, ni móvil, ni tarjeta de crédito, ni carné de identidad. Nada. Sólo una Biblia escondida en un foulard. Un vecino que paseaba al perro encontró su ropa doce días más tarde, en un bosque solitario. Había manchas de sangre en el cuello y una manga del abrigo, y el interior de los botines. La Biblia estaba junto a las prendas. Es el último rastro que queda de Aurora.

Llevaba una vida muy tranquila. Residía con sus padres en una urbanización de chalets en las afueras de Tarragona. Salía poco. Se estaba recuperando del estrés postraumático que acarreaba desde hacía años. A los 16 tuvo un novio, el chulo del instituto, que la maltrataba. Cuando la relación terminó, la nueva novia del chico se encontró con Aurora en la calle y le dio una paliza. Él se quedó mirando y jaleando a su amiga. Fueron condenados, pero no ingresaron en prisión. Tampoco pagaron la indemnización que les impuso el juez. Este episodio cambió para siempre la vida de Aurora. Necesitó tratamiento psiquiátrico -por el que engordó casi 50 kilos- y psicológico. Se encerró en sí misma, dejó los estudios. Tenía miedo.

Todo empezó a mejorar un par de años antes de su desaparición. Había adelgazado, comenzaba a salir de nuevo, dejó de fumar, buscaba un trabajo. A mediados de febrero le dijo a su psicóloga que su vida "había cambiado mucho". Estaba muy ilusionada. Aurora solía escribir textos en su ordenador. En el último hablaba de unos "ángeles" que había conocido y que la estaban ayudando. "No soy yo, son esos ángeles", decía. "No quiero vivir pero lo haré. A vivir que son dos días". Por los diarios, parece que Aurora pensaba que sus años de martirio habían terminado y que, en el fondo, lo que había padecido la había hecho más fuerte y mejor. "Y de un cardo saldrá una flor", escribió la última vez.

Las investigaciones policiales se han centrado en sus últimos días: quién la vio, dónde y haciendo qué. ¿Quiénes eran esos "ángeles"? Esa semana, la joven salió mucho, lo que no era habitual. Desapareció un viernes. El lunes anterior, su amigo Fidel la recogió a la una de la madrugada y la llevó a una cervecería céntrica. Pero ella quería ir a la zona de ocio del puerto deportivo. Insistió mucho. Le dijo que, si no la llevaba, iría por su cuenta. Fidel, mayor que ella y amigo de toda la vida, que había sido en los últimos tiempos una especie de padre protector para Aurora, acabó acompañándola.

En el puerto deportivo, frente a los muelles, varios disco-pubs con música alta y estruendosa abren hasta el amanecer: Splash, Vogue, Cayo Largo. Aurora llevó a Fidel a La Gioconda, un local con luces fucsia y rojo y bolas de discoteca plateadas. Las paredes están repletas de reproducciones sui generis de la Mona Lisa de Leonardo. Algunas aparecen fumándose un porro; otras tienen la cara de Michael Jackson, la de Mr. Bean...

Cuando llegaron a La Gioconda, Aurora se separó de Fidel. Salía y entraba del local. Se puso a hablar con un joven alto, moreno y delgado a quien parecía conocer. Sobre las tres, le dijo a Fidel que podía irse, que su amigo iba a llevarla a casa. Él, preocupado, se quedó unos 20 minutos más, vigilando a distancia. Después, se marchó. El joven con el que la vio lo niega todo. Dice que no la conocía de nada y que habló con ella tan sólo cinco minutos aquella noche. Se llama Edgar y lleva cuatro años imputado por el homicidio de Aurora.

Edgar Mauriz G. imputado por el homicidio de Aurora Mancebo, a la salida de los juzgados en enero de 2007 en Tarragona.
Edgar Mauriz G. imputado por el homicidio de Aurora Mancebo, a la salida de los juzgados en enero de 2007 en Tarragona.Miguel Perales

Edgar tenía 18 años entonces. Era un chaval que había recibido de forma intermitente tratamiento psicológico. Vivía en casa de su abuela materna en el pueblo de El Morell, a 11 kilómetros de la capital. Un año antes de la desaparición de Aurora fue atendido en un centro de salud mental en el que le hicieron este diagnóstico: "El paciente presenta un trastorno mental no especificado, provocado por drogas y abuso de cannabis. En la evaluación psicológica no se obtienen resultados concluyentes por la poca sinceridad en las respuestas, con un intento deliberado de dar una buena imagen de sí mismo".

Trabajaba por las tardes en Leman, una cafetería del centro. Como no madrugaba, era un habitual de la vida nocturna del puerto deportivo. Ese lunes llegó allí con cinco compañeros de trabajo. Dice que Aurora sólo se le acercó para pedirle que la llevara en coche a casa, pero que él tenía que acercar a su novia.

Las declaraciones de los testigos contradicen su versión. El encargado de Leman ha declarado que Edgar le dijo que la chica con la que había estado hablando, Aurora, era "la novia o ex novia de un amigo suyo". Una de las compañeras que llegó con Edgar al puerto deportivo esa noche también asegura que le comentó que se había "encontrado con una amiga". La psicóloga que trató a Aurora durante siete años cree que es casi imposible que ella se quedara a solas con un desconocido y quisiera subirse en su coche. Además, un trabajador de La Gioconda y otro del Vogue recuerdan haberlos visto juntos -y solos-, esa noche, y montados en el Seat Ibiza rojo de Edgar. Uno de estos testigos recuerda que Aurora le habló de "ángeles" y de "luces celestiales". El otro asegura que Edgar le comentó que "ahora" iba de "ángel protector", según consta en las diligencias policiales.

Al día siguiente, Aurora mandó unos SMS a sus dos mejores amigos, Fidel y Juanjo. A Fidel le escribió: "¿Estás enfadado? Me fui sola, pero me lo pasé tan bien. He conocido la ternura en esos ángeles, y me han devuelto la vida". A Juanjo le puso: "Conocí a tus amigos. Había cuatro gays que de gays no tenían nada". Ante la policía, Juanjo ha asegurado que no sabe a quiénes se refiere y que él no conoce a Edgar.

El jueves volvió a salir, por la mañana. Volvió a mediodía con un ramo de flores silvestres para su madre. No dijo dónde había estado, pero los padres encontraron después, en su cámara, una especie de reportaje fotográfico de la jornada. Había estado paseando por el campo. "Alguien la acompañó, seguro", opina su padre, José Luis Mancebo. "Reconstruimos el camino y no se podía hacer a pie. Otra persona tuvo que llevarla en coche. Además, ese día llovía mucho y ella regresó completamente seca".

El viernes desapareció. Pasó todo el día en casa. Anuló una cita con su endocrino, se dio un baño de dos horas y estrenó un conjunto de ropa interior que le había regalado su familia meses antes. Por la noche comió algo, poco, y se marchó sobre las 21:30. La policía sostiene que estuvo esa última noche con Edgar. Él libraba los viernes. Tres testigos los vieron juntos en el puerto deportivo. Uno de ellos dice que estaban "acaramelados" y que parecían una pareja. Edgar asegura que ese día no salió de su casa. Pero hay llamadas desde el teléfono fijo de su casa a su móvil a las 20:36, a las 6:28 y otras dos a las 7:45.

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Los padres de Aurora empezaron a buscarla esa misma noche. El sábado acudieron a la policía, que creía que la chica se había marchado sin más. El 10 de marzo, 12 días después, aparecieron sus ropas en un descampado de difícil acceso, a unos cuatro kilómetros de la casa de los Mancebo. Parece que habían sido colocadas allí poco tiempo antes. Esos días había llovido mucho y, sin embargo, la ropa no parecía haber sufrido las inclemencias de 12 días a la intemperie. Todos los rastros habían sido borrados. Una botella de cristal con arena de colores que apareció en el interior de uno de los bolsillos del abrigo no tenía ni siquiera las huellas de Aurora.

Se encontró una Biblia junto a la ropa. El hallazgo extrañó a los padres, que no son religiosos. Tampoco lo era ella. Quince días antes de desaparecer les había preguntado si había alguna en la casa, y le habían dejado una antigua y bonita que les habían regalado en su boda. En su agenda había escrito que debía "leer las Sagradas Escrituras".

Durante un año la investigación avanzó poco. En abril de 2005, la policía volvió a llamar a declarar a los compañeros de Edgar en la cafetería Leman, donde éste ya no trabajaba. En esos días llamó insistentemente a Juan José, uno de los camareros. Hacía nueve meses que no se veían ni hablaban. Una tarde le llamó 43 veces por teléfono. Al final, logró localizarlo:

- Tengo ganas de hablar, tío, para ... ¿me entiendes?

- ¿De qué?

- Tengo ganas de hablar, que hace tiempo que no lo hacemos

- Mañana por la tarde. ¿Del curro?

- También

Quedaron. La policía -que tenía pinchados los teléfonos- interrogó después a Juan José, que acabó incriminando a Edgar. Dijo que su amigo le contó que había estado con Aurora la noche en la que desapareció, que ella había muerto de repente mientras mantenían relaciones sexuales en su coche, que él se había asustado y que la había enterrado en El Morell. Describió a la perfección cómo era la zona a pesar de que nunca había estado allí. También sabía, a pesar de que el dato no era público, que el lunes anterior Aurora había cogido de madrugada un autobús en el centro para volver a casa. Edgar la había llevado a la parada.

El cadáver, sin embargo, no apareció. Durante semanas se buscó el cuerpo por El Morell con las indicaciones del testigo. Sin éxito. El juez llamó a declarar como imputados a Edgar y a Juan José. El primero fue a la cárcel. Pasó dos meses y medio en prisión preventiva y salió en libertad bajo fianza. En su coche había manchas que parecían de sangre, pero habían sido limpiadas de forma concienzuda. No había rastro de ADN.

En junio de 2006 apareció un nuevo e importante testigo. Un chico que chateba habitualmente con Edgar en el portal gay chueca.com y que había quedado con él un par de veces en el puerto. Fue a declarar porque reconoció a Aurora en las fotos de la prensa. La había visto con Edgar en noviembre de 2003. El testigo contó, además, que Edgar tenía un especial interés por el "esoterismo y la magia negra" y que le hablaba "del diablo, de puertas oscuras, de una estrella de cinco puntas, de sacrificios". Le gustaban la violencia y el sadomasoquismo.

La familia está convencida de que durante los primeros meses la policía dejó escapar demasiadas pruebas. "Hasta que no llegó la Unidad Central de Homicidios y Desaparecidos no se empezaron a hacer bien las cosas", dice la madre, María Dolores Leirós. "Antes, ni se interrogó en condiciones a Edgar y a sus amigos, ni se buscaron los vídeos de las cámaras del puerto durante esos días. Nada de nada. La policía de Tarragona creía que Aurora se marchó porque quiso. Cuando se hicieron cargo los de Madrid, que han hecho un trabajo magnífico, ya habían pasado meses". Los últimos informes policiales hablan de indiscutibles indicios de violencia y de "claras evidencias" de que Aurora fue "víctima de una desaparición forzada".

El caso no está cerrado, pero no hay cuerpo del delito. Se están practicando aún algunas pruebas, y el juez tendrá que decidir después si dicta o no un auto de procesamiento. La familia tiene clara su versión: Aurora era una chica que había sufrido, que había estado apartada del mundo durante años y que era "fácil de engañar", dice su padre, José Luis. "Probablemente la convencieron para hacer algún tipo de exorcismo que la liberaría de su difícil vida anterior. Por eso estaba tan contenta. Pero la usaron para sus locuras y ritos satánicos. Los 'ángeles' eran diablos". "Nosotros necesitamos saber dónde está el cadáver de nuestra hija, poder enterrarla, conseguir que descanse", añade la madre. "Si no, esto no se puede superar. Aún abro sus cajones y tienen su aroma". En la puerta de su casa, el coche aparcado tiene varias pegatinas con su foto que piden "justicia" para Aurora.

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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