También Bolt puede cansarse
Jamaica gana el relevo 4x100 metros con más trabajo del esperado y sin récord del mundo
Decía Usain Bolt cuando corrió los 100 metros en 9,58s que cualquier cosa era posible para él y nadie era tan tonto como para permitirse dudar de ello. Bien podría haber dicho esa noche mágica, la primera que regaló al mundo desde Berlín, que pensaba que podía llegar a la luna dando saltos o convertirse en corriente eléctrica o lo que fuera, y todo el mundo habría asentido, babeando. ¿No había sido capaz acaso, el año pasado, en la final de relevos en Pekín, de correr la curva de forma tan estupefaciente, 8,94s lanzado, que hasta se pudo dudar del Mozart del atletismo que no hubiera logrado lo que Einstein intuía, que en realidad las curvas son rectas, que todo son imaginaciones? ¿No sería capaz, pues, de repetir en la final de ayer, de conducir a una Jamaica inferior a la de Pekín a un nuevo récord del mundo?
La respuesta fue no. Bolt, en efecto, es capaz de todo, hasta de no batir un récord del mundo en una gran final, por difícil, imposible, que pueda parecer. Quizás, decían los ilusionados después de contemplar una final que fue como el anticlímax de todo lo que se había venido construyendo durante su espectacular semana berlinesa, si le permitieran correr dos postas, la primera y le segunda, Jamaica podría... Ese avatar es, sin embargo, de las pocas cosas que están fuera de su alcance. Todo lo demás le está permitido. Hasta cansarse. Hasta tener que forzarse para sonreír y bromear. Hasta pasar mal un testigo. Pese a todo, pese a la sensación de fracaso que invadió el estadio cuando el cronómetro se detuvo y se vio que no había récord, la marca de los jamaicanos (37,31s) es la segunda de la historia: si no hubieran corrido en 37,10s, anoche habría también batido un récord del mundo, los 37,40s que establecieron los estadounidenses en los Juegos de Barcelona.
Del cuarteto jamaicano de Pekín, tres velocistas repitieron ayer final, Michael Frater, Bolt y el cuarto, el más sólido en la prueba, Asafa Powell. Pero Frater, finalista en Pekín no es la sombra de lo que fue, y el sustituto de Nesta Carter, Steve Mullings, un especialista en 200, no hizo la curva de su vida en la primera posta. Faltaba Yohan Blake, la nueva sensación, 19 años, que se entrena en Kingston con Bolt pero al que un problema menor de dopaje ha dejado fuera. Faltaba Blake y Bolt, que corrió por la calle siete -Jamaica, que en semifinales alineó al equipo B, pasó con el octavo tiempo a la final: la descalificación, una vez más, de Estados Unidos por un mal paso de testigo entre Crawford y Patton, le permitió ganar una calle- no era el de otros días. Lo puede testificar Emmanuel Callender, quien como en Pekín corrió la segunda curva por Trinidad y Tobago. Cogió el testigo emparejado con Bolt y cuando éste, más que entregarlo, se lo dio como pudo a Powell, aún estaba ahí, a su lado.
Ausente EE UU -Gay, que renunció al 200 para intentar buscar la victoria en el relevo volvió a quedarse sin la oportunidad de batirse de nuevo con Bolt-, como en Pekín, la final derivó en un festival caribeño. Trinidad y Tobago repitió plata. Las pequeñas islas del archipiélago, lugares en los que se une el hambre y las ganas de comer, la capacidad genética para correr rápido y las condiciones sociales que convierten al sprint en el gran ascensor social y a sus practicantes en héroes, son el corazón de la velocidad.
Un buen rato después de terminar la final, Usain Bolt aún continuaba, más cansado que nunca, haciendo el ganso ante las televisiones de todo el mundo. El estadio, que se vaciaba, celebraba, sin embargo, un récord del mundo, el tercero de los campeonatos. No el que no logró Bolt, para quien todo es posible, sino el que consiguió en el lanzamiento de martillo la polaca Anita Wlodarczyk, 77,96 metros. Quizás la distancia que podría saltar Bolt algún año si se pone a ello. Todo es posible, ¿no?
Los nulos de Saladino
Una de las leyendas más hermosas de la historia del atletismo, pasada de generación en generación desde 1936, cuenta cómo a Jesse Owens, negro norteamericano, después de cometer dos saltos nulos en la clasificación para la final olímpica de longitud, se le acercó su rival ario, el rubio alemán Luz Long, y le dio un par de consejos para mejorar su carrera y su batida. Owens pasó a la final. Ganó el oro. Dejó la plata para Long.Los atletas se hicieron amigos. El símbolo de algo imposible. Hitler inició la guerra tres años más tarde, y en el frente de Sicilia, una bala de los norteamericanos acabó con la vida Long.
Entre Dwight Phillips, negro norteamericano, e Irving Saladino, negro panameño, hay amistad y respeto, pero, sobre todo, rivalidad -antes de los oros mundiales y olímpicos de Saladino era Phillips quien ganaba- y, por lo tanto, no fue extraño que en la primera gran final en la que se veían las caras en su esplendor no acudiera Phillips a aconsejar a Saladino, que había hecho nulo en sus dos primeros saltos, problemas de ajuste en la batida originados por sus problemas en la caída. Como también pisó la plastilina en el tercero, no hubo duelo. Con un salto de 8,54 metros, en su segundo intento, Phillips ganó su tercer Mundial. Segundo (8,47m), el surafricano Godfrey Mokoena. Las medallas se entregaron bajo el espíritu de Owens y Long y con las manos de Marlene Dortch, nieta del estadounidense, y Kai Long, hijo del alemán.
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