Morir en la cima

Sobrevivir más de diez días a 6.200 metros de altura, colgado en una pared helada, solo y gravemente herido, sin tienda de campaña, con un saco de dormir, un infiernillo y un puñado de alimentos energéticos era una tarea sobrehumana. La decisión de los compañeros de Óscar Pérez, alpinista aragonés de 33 años, de abandonar la operación de rescate, después de una movilización sin precedentes, para intentar alcanzar la repisa de una arista de una pared vertical donde el joven escalador se encontraba herido desde el pasado 8 de agosto, ha tenido el carácter dramático de las decisiones en las que está en juego la vida de un ser humano, y en las que se lucha contrarreloj en condiciones extremadamente difíciles. Las adversas condiciones climatológicas hacían imposible, sin serio riesgo de muerte del equipo de rescate, superar los 500 metros de pared vertical que debían salvar para llegar al punto donde se encontraba el alpinista accidentado. Toda la grandeza y belleza de la montaña, la pasión por la aventura, la lucha por la conquista de espacios inaccesibles para la inmensa mayoría de los humanos, el aislamiento y la soledad, y también la generosidad, el compromiso y la solidaridad de los alpinistas se han dado cita en esta dramática historia.

Óscar Pérez y su compañero superviviente Álvaro Novellón se atrevieron a desafiar a una cumbre como la del Latok en la que habían fracasado numerosas expediciones anteriores. La preparación técnica y la calidad de ambos alpinistas están fuera de duda. Pertenecían a la élite del alpinismo español y sabían que la soledad, el peligro, y las condiciones más adversas eran inherentes a su aventura. Es la epopeya solitaria, la inmensa mayoría de las veces ignorada por el gran público, de los hombres y mujeres que se atreven a sufrir las condiciones más adversas, los riesgos más temerarios para alcanzar la satisfacción de llegar donde antes nadie ha llegado, abrir rutas inexploradas o pertenecer a ese puñado de elegidos que se atrevió a intentarlo y lo consiguió.

Ése es el premio y saben que, a veces, el precio es la propia vida. El Latok II, en la montaña pakistaní, será ahora el panteón de Óscar Pérez.