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Reportaje:ENTRE HERMANOS | Los Mariscal

La familia Errando

Los Mariscal son los Errando. Una historia familiar que habría sido filmada por Berlanga hizo que el apellido del abuelo Mariscal se convirtiera en M. Hasta que lo recuperó el diseñador. Aquí están los Errando contando su historia

Juan Cruz

Antes, estos Errando Mariscal que trabajan con su hermano Javier, uno de los grandes diseñadores del mundo, tenían cierto pudor en decir que eran compañeros de trabajo en la misma factoría. Son Tono, Pedrín y Santi, y ya se les fue el pudor. Trabajan con Javier (o Xavier, a él le da igual), cada uno hace lo que sabe, y el hermano les consulta, como a todos, pero se hace "lo que se tiene que hacer: el que más sabe es el que manda", y no es necesariamente el jefe quien manda.

En realidad, cuando empezamos a hablar con ellos, un mediodía de junio, el jefe estaba en otra cosa. Y luego llegó, se incorporó a la conversación, en medio de este estudio tranquilo pero frenético, y tuvo que aguardar su turno, como aguardaba su turno para comer o para jugar cuando eran tan sólo 11 hermanos de una familia peculiar de Valencia.

El padre tenía el carné número 13 de Falange, estuvo en la División Azul y poseía la Cruz de Hierro
La orfandad doble y tan temprana hizo de cemento el conglomerado Errando. "Una piña"

¿Errando Mariscal? Hay un libro del periodista Llatzer Moix (Mariscal, Anagrama, 1992) donde se cuenta la secuencia de esos apellidos como si fuera parte de una película española. Ellos, los Errando Mariscal, también la cuentan así, atropellándose unos a otros de modo que es difícil hacer un resumen. El abuelo Mariscal era un tarambana de Zaragoza. Quiso hacer fortuna dando un braguetazo; murió esa novia, que era la guapa, y decidió casarse con la hermana de la fallecida, que era la fea. Desde el viaje de bodas alternó la vida oficial con la exhibición pública de su relación adúltera, hasta que tocó el dinero de la familia política y ya no pudo mantener la farsa. Así que el matrimonio se separó y ya la abuela no quiso saber ni del apellido. De modo que los nietos tampoco se llamaron Mariscal. Javier rompió el maleficio y lo recuperó como primer apellido. Javier Mariscal Errando, hermano de los Errando Mariscal.

Ahora Mariscal es Mariscal, y los hermanos, estos que están aquí con nosotros, y otros que andan por Valencia y por el mundo -Ada, José, Quique, Carlos, Ignacio, Jorge; Pilar ya falleció- son los Errando... Cuando chicos, los padres hacían una división clara: los mayores, los medianos, los pequeños. La vida ha unificado las edades, y ahora tan sólo en broma siguen manteniendo aquella divisoria de los padres...

Llegaron al estudio de Javier estos que se sientan con nosotros en torno a los 90, cuando el boom del diseño puso su capital en Barcelona y nombró rey a Mariscal. Santi trabajaba en una empresa como gestor, y sería el gestor del estudio; Tono, que fue bailarín con Maurice Béjart, trabajaba en el mundo audiovisual, y a eso se dedica aquí (es, con Fernando Trueba y con el propio Javier, coautor de la película de dibujos Chico y Rita que se realiza en el estudio), y Pedrín venía del textil, hacía cosas para Javier desde fuera, y lo lógico es que las siguiera haciendo dentro.

Juntarse "ha sido coherente" y ha funcionado, dicen, porque cada uno hace lo que sabe. Los junta no sólo el complemento profesional que necesita el estudio para seguir adelante, "sino un determinado humor, los gustos comunes, el sentimiento de pertenencia a un lugar, el aire de familia...".

El aire de familia es muy valenciano, y muy de la posguerra rabiosa o melancólica de este país tan raro. El árbol, después de aquel incidente que ahora parece de película en el que el abuelo exhibe en Zaragoza a su amante en motocicleta, se centra en un médico de derechas que fue director de un sanatorio que se llamó Dieciocho de Julio y cuya clínica particular estaba en la plaza del Caudillo. Ese hombre con tantas connotaciones franquistas a su alrededor (y en su alma) era el padre. Enrique Errando Vilar. Tenía el carné número 13 de Falange, estuvo en la División Azul; sus servicios militares le valieron la Cruz de Hierro... Y Pilar M. (por Mariscal) de la Hoz, la madre, era hija de Adelaida, la mujer burlada del abuelo crápula, Federico Mariscal. Un día, el doctor Errando quiso conocer al doctor Mariscal; se lo encontró en Barcelona y le dijo, en el lenguaje que ahora sus hijos reproducen como si también estuvieran contando una película:

-Yo soy -le dijo Errando a Mariscal- el que se ha casado con su hija.

Los que están con nosotros se sentaban "en la mesa de los pequeños"; Javier era de la mesa de los mayores. Desde ahí la vida se ve de una manera rara, como si nunca fueran a crecer. El padre murió muy joven, con 57 años. Y Pilar M. de la Hoz murió con la misma edad, ocho años después. "Su vida", dicen sus hijos, "fue un continuo embarazo". La ausencia de ambos les hizo abandonar abruptamente aquella "mesa de los pequeños", y vencieron el canguelo "generando un mundo propio, rico y complejo, con la sensación de que teníamos delante un proyecto de vida".

Todos parecían estar predestinados a ser rojos, como dicen ahora ellos, recordando la disciplina casi militar que había en aquella casa. La rebelión tiene sus anécdotas. Javier, que ya era hippy, llevaba hippies descalzos a la casa... En aquella atmósfera, la abuela (aquella mujer despechada) tenía un papel singular; el médico Errando Vilar la llamaba ella; quiso ir al viaje de bodas, asustaba a la vecindad gritando: "¡Me mataréis a disgustos!".

En lo más profundo del franquismo, aquel ambiente creó un mundo nuevo: los Errando Mariscal, la generación nueva tachando el pasado. Quique, por ejemplo, se hizo de la Liga Comunista Revolucionaria. Y ya se sabe lo que fue Javier Mariscal, y lo que fueron los otros. Una familia rebelándose contra la verdad revelada. Pero hay una mirilla por la cual aparece el doctor Federico Errando Vilar con otra imagen: era, dicen ahora estos hijos, "un hombre con valores"; era generoso, coherente, solidario; "quería ser coherente en su vida, tenía una moral; nos daba a leer a Kafka y el Quijote... Era exigente, tenía ambición. Y era creativo, quería que lo fuéramos".

Tono lo resumió así: "Él tenía la ambición de que sus hijos pertenecieran a la clase dirigente del futuro". Federico Errando no sabía cómo iba a ser esa clase, pero tenía la ilusión de que sus hijos no se perdieran en la niebla... Una enseñanza difusa, pero que aún hoy les funciona, es la de la colectivización del esfuerzo. "Desde el primer día de nuestras vidas supimos que había que compartir, y nos acostumbramos a compartir". Esta misma conversación que estamos teniendo en el estudio de Mariscal es un reflejo de esa actitud: no han esperado por Javier Mariscal, se han puesto a hablar, y cuando él ha llegado ha tenido que pellizcar del pastel, aquí y allá, y ellos le oyen interrumpiéndole, como hacían desde la mesa de los pequeños...

Claro, era más fácil compartir de pequeños; de mayor "compartes más o menos, pero se queda esa filosofía"; mantienen "un contacto muy, muy directo" con todos los hermanos, pero sobre todo con los más pequeños... Ellos ponen énfasis en lo que sucede en el estudio, desde que comparten tareas: Javier es el que marca los objetivos, las dianas, "pero manda más", dice él, "el que más sabe de cada cosa". La autoridad no la impone el diseñador jefe, "sino que se impone". Un día le dijo a Javier su amigo Fernando Trueba: "Lo mejor que has hecho no son tus mejores diseños, sino el estudio". Eso se nota: si el concepto de hermandad tuviera un correlato físico, tangible, éste sería el estudio de Mariscal. "Pero no son sólo mis hermanos los que convierten ese concepto en algo tangible: somos todos los que trabajamos aquí...".

Han conseguido, dicen, "que éste no sea un reino de taifas; se establecen muchas sinergias, ¡a veces parecemos asamblearios!", pero se trata de que no sea "ni un jardín de infancia ni una guardería"... "Yo", apunta Mariscal, "estoy a las órdenes de Pedrín en proyectos que él lidera, y lo mismo me pasa con Tono: en la película Chico y Rita, él me manda, sabe más que todos nosotros, y Santi ha conseguido que, en efecto, éste no sea un reino de taifas, nos coordina a nosotros, pero también coordina a las treinta personas que trabajan aquí. ¡Nos dota de sentido!".

Las claves de la vida se las dio la infancia en casa del doctor Errando; pero eso sirve para trabajar "hasta un cierto punto tan sólo". Hay complicidades, "claves de comprensión", pero ahí no son hermanos, son colegas, gente que se despide hasta mañana, aunque los hermanos se telefoneen un rato más tarde pidiendo auxilio o risas.

La infancia era un color, el del Mediterráneo; un sabor, el de la paella; una luz; todo eso les influyó y les hizo; "los padres", dice Pedrín, "se encargaron de potenciar todas esas sensaciones". Y a los chicos los llenaron de juguetes. "Los pequeños vinieron", dice Santi, que es gerente y poeta, "con la casa llena de juguetes..., y con una experiencia común que nos ha hecho sacar de la vida cosas parecidas".

La orfandad doble y tan temprana hizo de cemento el conglomerado Errando. "Nos convertimos en una piña; los mayores", dice Javier, "nos hicimos cargo de los pequeños; hicimos hermosas reuniones de Navidad..., y esa actitud protectora se prolonga ahora, con los sobrinos". Cuando se juntan, "la vida es una fiesta, porque de eso también aprendimos: tienes sentido del humor o te partes la crisma: hay que disfrutar de la vida, y la vida", dice Tono, "es una cuestión de piel".

Todos son, dicen, un poco idealistas que se siguen contando cuentos como cuando se juntaban a comer y se hablaban desde la mesa de los grandes a la mesa de los pequeños. Nunca hubo en casa del doctor Errando y de Pilar un televisor; "él se murió sin televisor". Eso les agudizó el ingenio, inventaron modos de mirar la realidad sin que ésta pasara por las imágenes fabricadas de la tele.

Cuando murió la madre, tan joven, la casa se quedó hueca. Javier, que ya era hippy en Barcelona, se ofreció a cuidar de los pequeños. Pero el realismo aconsejó que fuera Pepe, uno de los mayores, radiólogo, que ya tenía establecidos su trabajo y su vida, quien acogiera a los menores. La vida cambió, el mundo empezó a enseñar los dientes, y esa soledad familiar terminó de hacerlos tal como son ahora los Errando.

¿Les cuesta hablar de sí mismos? Javier está acostumbrado "a decir hasta de qué marca son mis calzoncillos"; los demás se sintieron cómodos o les hizo gracia recuperar historias de hermanos que hoy son también colegas en una fábrica donde todo el mundo se ríe como se reían ellos en la mesa de los grandes, en la mesa de los medianos y en la mesa de los pequeños.

La familia de Javier Mariscal.
La familia de Javier Mariscal.

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