Acampada mortal en la montaña
Veinte años después de las muertes de los adolescentes Rosario, Francisco y Pilar, el caso sigue sin aclararse. Su plan de pasar la noche en el monte acabó en tragedia
Hay crímenes famosos, históricos; están los que han ocupado cientos de páginas de periódicos y libros, horas de televisión y metros de película; los hay complejos, perfectos, victorianos, de guerra; los que explican toda una época y de los que se acaba sacando alguna lección moral. Hay otros a los que el paso del tiempo acaba colocando en la categoría de cosas que pasan.
"Cosas que pasan", suelta la mujer de la horchatería en la plaza de Macastre, un pueblo con casi 3.000 habitantes en la comarca de Hoya del Buñol (Valencia). Es un comentario sin mucha intención en medio de una larga explicación algo enrevesada para indicar el camino hasta una caseta junto a Fuente Cuerna, el lugar donde un pastor encontró el cadáver de una joven de 15 años. Fue el 19 de enero de 1989, hace ya 20 años. "Mi cuñado se levantó pronto esa mañana y salió al campo", relata Almendritas, vecina de Macastre, tras el postigo de su casa. "Él no quiere hablar de ese tema porque se pone muy nervioso. Ha tenido pesadillas y le sienta mal recordarlo. Está muy mayor". La anciana cierra pronto la puerta contando algunos detalles que pueden completarse con lo que se sabe de aquel día. El pastor se dirigió a la caseta, un cobertizo en la zona de Cuerna junto a la carretera donde guardaba utensilios para el oficio. "Entró y vio a una chica en la cama que él tenía allí, le tocó con un pie y estaba muerta", dice Almendritas reproduciendo el relato de su cuñado.
Los tres niños inhalaban benzol, una peligrosa droga que consumían los más pobres a finales de los ochenta
A la familia de Rosario no le gustaba que saliera con Francisco, un buscavidas del centro de menores
Se llamaba Rosario Gayete, tenía 15 años y era de Benimamet, una pedanía de Valencia, a unos 40 kilómetros de la caseta donde el pastor descubrió su cuerpo sin signos de violencia. A partir de ahí comienza la investigación de la Guardia Civil. Los agentes encargados del caso interrogan a los familiares y amigos de la chica. Averiguan que Rosario se había marchado de casa días antes con otros dos chicos, Francisco Valeriano Flores Sánchez -de 14 años y novio de Rosario- y Pilar Ruiz Barriga, de 15. Nadie sabía dónde estaban. Los tres jóvenes habían salido de Benimamet para irse de acampada a los montes de Catadau, a una hora del lugar donde se encontró el cadáver de Rosario. Los amigos del trío cuentan a los agentes que otras veces habían ido a una casa abandonada de ese pueblo y otros testimonios sitúan a los jóvenes bailando en una discoteca de esa zona. Así que la Guardia Civil empieza a rastrear en los alrededores de la caseta de Macastre en busca de lo que, ya en esos momentos, parece inevitable: encontrar los cuerpos de Francisco y Pilar, o al menos uno de ellos.
Las batidas de los agentes son inútiles en las primeras semanas. Mientras ellos buscan en el campo, una mujer encuentra el pie de una joven en un contenedor de basuras de la calle de Alcácer, en Valencia. Resulta entonces inevitable relacionar esa extremidad con las desapariciones de los chavales, cuyas fotos ya se han difundido en algunos periódicos locales y a los que se busca por toda la provincia.
No es hasta tres meses después del hallazgo del cuerpo de Rosario, el 8 de abril, cuando un campesino descubre el cadáver descompuesto de Francisco a unos 300 metros de la caseta. Un mes más tarde, el 24 de mayo, unos niños hallan el de Pilar junto al río Magro, en el municipio de Turís. Tiene la cara desfigurada. Le faltan un pie y una mano, que han sido cortados con una sierra mecánica.
Lo que la Guardia Civil sabe del caso está en esos meses. La investigación, los análisis forenses y las respuestas que los agentes consiguieron de parientes y conocidos sirven para hacer un puzzle sin muchas piezas, pero del que se puede extraer un esbozo de lo ocurrido horas antes del triple crimen.
Esa imagen relaciona a los jóvenes con el mundo de las drogas y sitúa el comienzo de la historia en el parque de Camales, en Benimamet, a finales de los años ochenta. Niños de familias desestructuradas escogen ese lugar para socializar en torno al consumo de estupefacientes. Miles de jóvenes españoles están enganchados a la heroína; pero en esa época, si no tienes dinero, lo que está más a mano es inhalar pegamento u otras sustancias similares.
Los tres niños le daban al benzol, un hidrocarburo que se emplea como disolvente y que si se inhala en pequeñas dosis puede causar alucinaciones y somnolencia. En altas cantidades puede causar la muerte por paro cardiaco. Eso casaba con el resultado de las autopsias que se les practicaron a Rosario y Francisco. Los médicos no encontraron en ellos rastro de estupefacientes, pero la Guardia Civil sacó a relucir esa hipótesis de la muerte accidental como la más probable.
No era descabellado, ni siquiera para las familias que intuían la relación de ambos chicos con las drogas y su afición a frecuentar malas compañías en el parque de Camales. En realidad, quienes más se preocupaban por la situación de su hija eran los padres de Rosario. No les gustaba que saliera con Francisco, un chico que estaba en un centro de menores por algunos robos de poca monta y que, a pesar de ser un simpático buscavidas, tenía todas las papeletas para acabar en asuntos más turbios. Los temores de la familia parecieron confirmarse el último día que la vieron con vida. El último día que la vieron con vida, según el testimonio de Antonio Gayete, hermano de Rosario, en un reportaje sobre el caso en Canal Nou, su padre había discutido con ella porque se había llevado algunas joyas de casa.
En fin, joyas robadas, malas amistades, discusiones con la familia. Todo termina en el ambiente del parque de Camales, en el benzol y en un exceso que tenía que acabar en algún momento con la muerte de los tres chicos. Hasta ahí, todo habría seguido encajando con esa hipótesis: paro cardiaco causado por la inhalación de sustancias tóxicas. Pero el descubrimiento del cadáver de Pilar revienta esa posibilidad.
Porque resulta que le falta un pie, y, sí, es el mismo que apareció en la calle de Alcácer. También le faltaba una mano y tenía la cara desfigurada. Los informes forenses determinan que se los han hecho con una sierra mecánica. La Guardia Civil tiene que descartar la hipótesis de la muerte accidental y construir una nueva basada en el asesinato, que nunca llegaron a desechar del todo. No obstante, en la caseta de Macastre se habían encontrado huellas de cuatro personas, los tres adolescentes y alguien desconocido. Por ahí podrían haber seguido los tiros si la familia de Pilar hubiese reconocido el cadáver. Fueron a verlo, claro está, pero cuando lo tuvieron delante buscaron una cicatriz en una pierna de la chica que no encontraron. "Mi hermana está desaparecida, pero no muerta", señaló Felisa Ruiz al diario Las Provincias en 1997, "Pilar estaba irreconocible y tenía la cicatriz". ¿Quién era entonces la chica hallada junto al Magro?
Pilar, Pilar y Pilar. Para los agentes que investigaron el caso, nunca dejó de serlo. Siguieron manteniendo la hipótesis del asesinato. Según esta versión, los adolescentes cogen un autobús con destino Catadau sobre las cuatro de la tarde, donde pensaban acampar. Así lo demuestra un billete encontrado en el bolsillo de Francisco. No tenían vehículo para llegar a Macastre y nada hacía pensar que conocieran la caseta del pastor o que quisieran llegar hasta esa zona. Alguien los llevó allí; quizá la persona que los mató. Quizá alguien que conocía tan bien ese paisaje encrespado y traicionero, que sabía que los montes se tragan los cuerpos para devolverlos tiempo después envueltos en misterio.
Dejando la caseta del pastor a la derecha y subiendo por un camino lleno de matojos, hay algunas casas. En una de ellas, una mujer sale de la piscina con el cuerpo mojado y se tapa con una toalla dispuesta a contestar algunas preguntas. Detrás, su marido, menos accesible, asiente de vez en cuando a las historias que cuenta la mujer. "Aquí pasan cosas muy raras. Estamos acojonados. Me acuerdo de aquella historia. Nosotros nos enteramos días después de que apareciera uno de los cadáveres. Estábamos cogiendo caracoles y nos contaron lo que pasó. Pero si estábamos aquí y no habíamos oído nada. Yo creo que a mi cuñada le pasó algo gordo que no quiere que se sepa. Cada vez que se cuentan estas historias, ella se pone blanca. Y de vez en cuando hemos oído ruidos, como si alguien pasara algo sobre los barrotes de la ventana. Y luego miras y no hay nadie. Que han pasado cosas raras, ¡eh! Que no ha sido ni una ni dos las veces que han encontrado a alguien muerto por aquí".
El historial de la comarca de Hoya de Buñol como lugar donde tirar cadáveres no ha sido excesivamente documentado, pero un rápido vistazo a las hemerotecas permite encontrar, por ejemplo, el caso de una joven de 20 años enterrada en una zona de campo cercana a Macastre y hallada por una pareja en septiembre de 2008. Siete años antes, en enero de 2001, un trabajador que revisaba los contadores de luz de las viviendas de la localidad descubrió unos huesos y un cráneo. El forense aseguró que habían sido seccionados con una sierra mecánica.
La Guardia Civil reconoce que se trata de "una zona sensible" a la aparición de cadáveres, pero no aporta datos y descarta la existencia de que alguien que ande por la zona sea el autor de los cuerpos que han aparecido allí en los últimos 20 años.
No siempre pensó así, al menos barajó la posibilidad de que los dos responsables del caso Alcàsser, Antonio Anglés y Manuel Ricart, hubiesen cometido años antes crímenes similares a los de Macastre. A Ricart le preguntaron por ello, negó los hechos y no hubo forma de ligarlo con la historia de Pilar, Francisco y Rosario, más allá de la presa de Tous, el lugar donde dos apicultores encontraron a las niñas del Alcàsser, a una hora del lugar donde murieron los niños de Benimamet.
Hay más similitudes entre los crímenes que entre las circunstancias que les rodean. La diferencia es tres años de separación entre uno y otro caso. En ese tiempo surgen las televisiones privadas en España (1990), las batallas por las audiencias, los programas televisivos de sucesos. La gente se conmueve siguiendo en directo las atrocidades que Anglés y Ricart hicieron supuestamente a las niñas Desirée Hernández, Miriam García y Antonia Gómez. El crimen se convierte entonces en un fenómeno social que desde entonces se repite de vez en cuando con los casos más sonados. La policía siente la presión de los medios, así que se especializa cada vez más, se organiza para ser más efectiva.
Nada de eso estaba cuando los tres adolescentes de Benimamet salieron de acampada en enero de 1989. Sus padres no pudieron ni han podido después reclamar nuevas ni mejores autopsias, pruebas de ADN, nuevas investigaciones, cuando aún la historia salía en las noticias. Eran gente humilde de un barrio deprimido de Valencia, gente que se resignó a aguantar la falta de pistas con la esperanza de que alguien les dijera alguna vez las cosas que les pasaron a sus hijos.
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