Tartera y agua mineral
El comercio del centro de Valencia acusa la crisis turística
Los cascos del jamelgo del carricoche resuenan tristes bajo los arcos medievales de las torres de Quart de Valencia. El carretero también parece tocado del ala. Y es que va de vacío y él, hombre de l'Horta que empuña las riendas, es el único ocupante del folclórico vehículo; eso es mal asunto para el PIB de este año. Sobre todo si contamos que es tiempo de turistas y es la maravillosa hora española de verano en la que el sol del sur comienza a ser misericordioso con la gente.
A primera vista, nada ha cambiado: en las escaleras de la Llotja hay una orgía de hermosas y blancas piernas; son tres rubias holandesas de visita, pero no veas si alegran el trajín. El chico que pinta edificios en los escalones no se hará rico este verano, ni pobre tampoco. Seguirá igual, esperando que escampe. Como todos. Desde el gorrilla hasta el banquero. En la calle de En Trench una de las más visitadas de la ciudad, Teresa, la de la tienda de cafés, se ufana de que los italianos vienen aposta a comprar su café. "Pero en verano se tiran a la horchata".
"Hay familias francesas que se pasan horas en la terraza con agua"
Y en la nueva ciudad, la de Calatrava, las cosas no lucen mejor
En la plaza del Mercado, es difícil distinguir a los turistas de los indígenas. "Ahora hay más turismo interior, dónde va a parar, pero la construcción del metro en la avenida del Oeste tiene bloqueadas las calles de Calabazas y de Brujas y eso para nosotros es una catástrofe comercial, amigo". Quien así se lamenta es Eleuterio Sánchez, dueño y gerente de las Galerías Martín, comercio étnico, es decir, con pedigrí demostrable desde los tiempos del Conde de Trénor, por lo menos. A un paso de la calle de las Danzas, bastante oscura y siempre en obras, pese a tener la magia de ser el lugar donde nació el pintor Joaquín Sorolla; pero ni siquiera los turistas aciertan a descubrir la exigua placa que lo recuerda. Si se le dice a Eleuterio que la crisis y las grandes superficies pueden acabar con el negocio pequeño de la ciudad menestral, se carcajea: "De eso, nada, esta zona es como el pasillo de una gran superficie, pero mejor. Hay de todo y con todo el futuro del mundo. Se combina con la parte nueva de la Ciudad de las Ciencias. Aquello ha levantado esto".
La crisis es como la escoba de la horrible canción de los sesenta. "Si yo tuviera una escoba, cuantas cosas barrería". Demasiadas, las que barre esta provocada recesión en la ciudad. Los bares están semivacíos y las obras del espectacular plan Zapatero —pon patas arriba las calles de pueblos y ciudades del país para dar empleo— no son plato de buen gusto para muchos.
Los carricoches que recorren vacíos de clientes el centro tienen su cuartel general en otra plaza icónica, la de la Reina; las bestias carecen de marquesina para protegerse; los carreteros lo tienen pedido hace un lustro; nada; ahí tienes a la peña turística soportando los aromas de España, que suponen las deposiciones al aire de los jamelgos; es como estar en los corrales del coso de la calle de Xàtiva; pero, amigo, estamos frente a la Catedral.
En cierta manera, si a ese desficaci del hedor, le unimos las tiendas para curas, las chocolaterías provincianas, la dificultad del tránsito ciudadano por sus aceras, el caos automovilístico que domina el espacio de esa plaza, tenemos la perfecta España cañí que tanto gusta a algunos mantener; se podría poner el toro de Osborne junto al quiosco color verde castrense, ese horrendo floripondio colocado, ¿aposta? para evitar al visitante disfrutar de la visión de nuestro entrañable minarete, el mega icono Micalet, desde el inicio de la calle de San Vicente.
En la plaza del Collado, Cristina, la horchatera, opina que desde el año pasado hay una tendencia, cosa curiosa, a beber menos horchata. "También es verdad que al turista se le lleva por El Siglo, bajo Santa Catalina, y por aquí no. Pero por la noche todo se llena de ingleses jóvenes".
Fernando, un erudito jubilado, llena su tiempo paseando por el centro, conoce el timing metropolitano de verano. "Hay menos turista extranjero y español. Ya que estamos ponga usted que es una vergüenza que en plena temporada no se haya repuesto el grupo escultórico de San Martín y el mendigo; obra única del gótico europeo".
"Hay familias francesas que se pasan horas en la terraza con un agua", informa un camarero enfundado en su esmoquin rojo. Estamos en la plaza del Ayuntamiento. En la calle de Calatrava, ruta mágica hacia el centro antiguo, dos camareros de restaurante paellero miran el trasero a una turista. Ellos, sentados, y la turista y su amigo, andando. Tendría que ser al revés porque es hora de papear. Así están las cosas; las paellas enfriándose en la plaza Redonda y los turistas comprando la paella a raciones en las barras.
Y en la nueva ciudad, la de Calatrava, las cosas no lucen mejor ¿Qué sucede entre los hormigones cóncavos de la Ciudad de las Ciencias? "Viene gente, pero no hay comparación con otros años. Tenemos la negra", murmura una guarda jurado de la cementada zona turística.
"El problema es que aquí no hay sombra", interviene una señora que espera a su nieta para entrar a ver a los tiburones. "¿Sabe lo que pienso? Que aquí construyen siempre la casa por el tejado; yo soy de Russafa y es cierto que todo este tinglado de la desembocadura del río trae más turistas a Valencia; pero oiga; los alrededores son un desierto; no hay árboles. Yo este año no veo turistas y tampoco sombra".
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