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extraña en el paraíso
Columna
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¿QUÉ TAL SI CRECEMOS?

Eugenia de la Torriente

Incluso en este verano cargado de efemérides, gentileza de un agitado 69, es preocupante cómo les embarga la nostalgia a mis amigos. Me asustaba que fuera una rara enfermedad provocada por años de endogamia sexo-sentimental. Pero resulta que la dolencia es generacional. Deberíamos agradecer a los sociólogos la cantidad de excusas que proporcionan a nuestro comportamiento más patético. Hace tiempo que los treintañeros pueden ejercer como peterpanes de pleno derecho. Porque saben que no están solos. Hay muchos más que, como ellos, exhiben con orgullo su morriña por los juegos de Atari y Barrio Sésamo.

Pero la cosa va a peor. La siguiente generación es aún más precoz en su melancolía. Le llaman Y. Ustedes llámenla como quieran. Los que nacieron en los años ochenta y noventa no sienten reparos en refugiarse en los mullidos iconos de su niñez. Antes de permitirse vivir otra cosa. Todo vuelve, pero, ¿tiene que ser tan pronto? El 45% de los que compraron las primeras entradas para la última película de Harry Potter tenían entre 18 y 30. Veinteañeros que se regodean con el valor añejo de la saga literaria (¡creada hace 12 años!) porque se han hecho mayores con sus protagonistas.

Las comparaciones son odiosas. Pero recuperar Melrose Place justo cuando otros rememoran el primer viaje a la Luna o Woodstock deja a alguien en un lugar grotesco. Ser insensato en la infancia es razonable. Hasta saludable. Convertir los ídolos de carpeta en referencias legítimas cuando creces resulta bastante más peliagudo. Para los estudiosos de la materia (que también los hay) el hombre del saco vuelve a ser ese gran drama multiusos. El 11-S. Son niños criados entre algodones en tiempos plácidos, dicen. No conocieron amenazas más terribles que el efecto 2000 (¿y quién se acuerda de aquel Coco en forma de Apocalipsis informático?). Con la caída de las torres se dieron de bruces con la realidad. Paren máquinas: el mundo no es como lo pintan las teleseries.

Ante el primer golpe, nos refugiamos en el sofá de mamá. A lo mejor, ahora que ya nos han dado un par de buenas bofetadas, se nos pasa la tontería. O no. Nathan Rabin, de 33 años y crítico del diario satírico The Onion, acaba de publicar un libro de memorias. The big rewind defiende que la cultura pop que nutrió su niñez le ayudó a sobrevivir a la depresión y al abandono paterno. Cada frase, bromea, contiene una referencia a Los Simpson. Yo lo he intentado, pero me temo que no aprobé esa asignatura de la escuela catódica de la vida. ¡Mosquis!

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