Woody Allen y la inmigración
El jueves pasado, en Madrid, me sentí como un personaje de una obra de Woody Allen. Acababa de salir de mi terapia e iba de camino a tomar un café con una amiga que había decidido poner punto final a una conflictiva relación amorosa. De repente, como pasa en las películas, ocurrió un hecho que lo cambió todo. Una ráfaga de viento hizo que un periódico viejo levantara vuelo y fuera a parar justo en mis manos, como en un truco de magia. Iba a tirar el periódico a la basura pero mi curiosidad me lo impidió, deseando, quizá, encontrar un mensaje secreto del destino.
"Europa limita la inmigración por la crisis económica y refuerza la política de expulsiones". En una primera mirada, me pareció soso, aburrido, incluso decepcionante. Hasta que me di cuenta de que esta noticia no era tan irrelevante. Regresé a casa, olvidándome completamente de la cita con mi amiga, me serví una taza de café y empecé a escribir este artículo.
Europa ha encontrado en la crisis la justificación perfecta para prescindir de los ideales de igualdad
La inmigración para mí no es únicamente un titular de prensa. Hace siete años decidí dejar mi país, Brasil, y emigrar a España. Dicho así parece algo muy simple, pero dejar tu país para establecerse en otro es una tarea complicada. Freud dice que la persona que emigra sufre una especie de duelo, una pena profunda por la pérdida de algo y una lucha interna para reacomodarse a la vida después de haber sufrido dicha pérdida. Existe incluso un nombre para este proceso psicológico: el duelo migratorio. Yo creo haber superado ya mi periodo de duelo.
¿Se han dado cuenta de la cantidad de veces que la palabra "inmigración" sale en los periódicos? ¿Cuántas de estas veces está asociada a algo positivo? Muy pocas. O al menos ésta es la sensación que tengo. Leemos las noticias tal como aparecen en los medios y nos quedamos con una impresión, con un eslogan: la inmigración es "un problema". Y ahora, en plena crisis, se ha convertido en "un problema muy grave".
Sin embargo, según el informe Inmigración y Economía Española: 1996 a 2006, de la Oficina del Presidente de Gobierno, el 50% del empleo creado en España esa década ha sido inmigrante. Los inmigrantes pasaron de contribuir al crecimiento del PIB desde un 7% a casi un 40%. En el año 2008, al comienzo de la afamada crisis económica, el Gobierno reveló que los españoles tienen garantizados el cobro de sus pensiones hasta el 2020 gracias, en buena parte, a la mano de obra inmigrante.
¿Entonces por qué la insistencia en tratar la inmigración sólo como un problema? ¿Por qué de pronto cada país debe defender a sus nacionales y expulsar a los inmigrantes?
Muy simple, porque Europa ha encontrado la justificación perfecta para prescindir de los ideales de igualdad que tanto defiende: la crisis. Existe un pensamiento general en la sociedad española de que los esfuerzos de integración son una tarea exclusiva del inmigrante, y una tendencia a ver la aceptación de la inmigración como un acto solidario (casi caritativo). Las ideas de que la integración debe ser el resultado de un esfuerzo conjunto y de que la inmigración ha sido importante para el crecimiento de este país no son las más difundidas. Y, claro, podemos ser solidarios cuando hay mucho, pero no cuando hay escasez...
Según la investigación Discurso de los españoles sobre los extranjeros, del CIS, cuando la población nacional se ve obligada a elegir entre prácticas igualitarias o acceso a recursos escasos pasando por encima de los extranjeros, opta por lo segundo. De esta manera, la población española pasa a verse como "víctima" y a ver a los inmigrantes como "una amenaza". Y de pronto la crisis excusa el racismo o, como mínimo, justifica el endurecimiento de las ya deficitarias leyes de extranjería.
Pero los trabajadores extranjeros no necesitan de caridad, sino de derechos. Porque es cierto: la inmigración es un gran problema en este país, especialmente si eres inmigrante.
Llegada a este punto, el café se me había acabado y vi que había dos mensajes en el móvil, ambos de mi amiga olvidada. Definitivamente he llegado al fin del segundo acto de mi película y ya es momento de terminar este artículo. Hace siete años me mudé de país, pasé por mi duelo y establecí lazos con esta tierra. Me he integrado sin la necesidad de una ley que me obligue a hacerlo, y actualmente tengo incluso la nacionalidad española. Una ráfaga de viento y un periódico viejo me han dado la oportunidad de escribir sobre algo que hace muy poco era simplemente mi día a día. Aunque es verdad que este artículo está escrito por una inmigrante, también es cierto que está escrito por una española.
Carla Guimarães es escritora.
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