Vicente Montés Penadés, magistrado del Supremo
Compaginó su profesión con la enseñanza universitaria
Nació en 1942 y murió el 7 de agosto, en Ontinyent (Valencia), pegado al paisaje que nunca abandonó a pesar de la ciudad de Valencia, de Bolonia, de Oviedo, de Murcia y de Madrid. Vicente Montés Penadés cerró su trayectoria profesional desde la Sala Primera del Tribunal Supremo. Murió víctima de un cáncer a los 66 años.
Su prestigio le llevó de la cátedra de Derecho Civil de la Universidad de Valencia a la toga del alto tribunal hace cuatro años. Fue nombrado por consenso. El próximo septiembre debía cumplirse el último trámite para nombrarle doctor honoris causa de la Universidad de Valencia.
Vicente Montés se licenció en Valencia, fue premio extraordinario y logró ser pensionado, un premio beca, por la Diputación. Se marchó a Bolonia y fue allí donde se doctoró. Su trabajo sobre usufructos logró el premio a la mejor tesis italiana. Era en 1969. Poco después, regresó a España y ganó la cátedra por la Universidad de Oviedo, en 1974. Se marchó a Murcia y regresó a Valencia en 1980. Desde ese departamento crea la Escuela valenciana de Derecho Civil. Su legado, por ejemplo, 30 doctores, casi una decena de catedráticos y una veintena de profesores titulares.
Su trabajo sobre usufructos logró el premio a la mejor tesis italiana en 1969
Compaginó la enseñanza, desde el concepto más renacentista del maestro, con el ejercicio como abogado, primero con un despacho particular y después sumándose a Cuatrecasas cuando la firma se estableció también en Valencia. Dicen de él que tenía la curiosidad siempre viva, que su mente era un prodigio, que el conocimiento era su lenguaje favorito, que su vitalidad impresionaba, casi tanto como su generosidad intelectual y humana. Estaba casado con Amparo Reig y tuvieron dos hijos: Luis, abogado; y Nacho, procurador. Era, dicen, un hombre poco común, por su trato y por su gesto, un socialdemócrata, educado en los franciscanos, militante de la tolerancia, defensor del derecho valenciano, explorador de la historia valenciana.
Llevan su nombre los mejores estudios jurídicos sobre la propiedad privada. Junto al abogado y también maestro José María Baño firmó comentarios sobre varios artículos del actual Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana. Y sólo con los íntimos compartió su admiración por Góngora y Quevedo, por el románico catalán, por los paseos por la montaña, por la ópera, por la guitarra y por los viñedos que rodeaban su casa en Fontanars dels Alforins, con la uva de los cuales producía un buen vino.
En los libros queda su excelencia de pensamiento. Tiene, entre otras publicaciones, La inesperada resurrección del derecho foral valenciano, El encargo o Derechos de familia. En la memoria de quienes le acompañaron, como el catedrático, discípulo y amigo Francisco Blasco, la herencia de las largas conversaciones de un intelectual próximo y discreto que fue, sobre todo, un hombre bueno.
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