SOCIÓLOGA DE CAMPO
Lo confieso, soy cotilla. Chafardera, chismosa, alcahueta, entrometida. No es que yo vaya por ahí todo el día buscando información, que también, para eso me pagan, es que me la encuentro, yo qué culpa tengo. Es un don. No me hace falta ni carrera ni master ni nada. Sólo estos oídos y estos ojitos que se va a tragar la tierra. Y un poquito de empatía y de sangre en las venas, que hay algunas tan divinas que parece que ni sudan ni orinan. Que ni sienten ni padecen. Mentira. Todas tenemos nuestro corazoncito y la que no, está muerta y enterrada. O debería estarlo.
La gente está deseando contarte su vida. Tú te pones a tiro y se te abre el prójimo en canal, palabra. Desde la peluquera de tu barrio hasta la vicepresidenta económica si se tercia. Todo consiste en tocar la tecla adecuada y con los años una va afinando. Lo malo es que a mí me pasa lo mismo. Si me das cuartelillo te lo suelto todo. Todo. Y luego tienes que vivir con eso. En el último cumpleaños de la niña invité a las mamás del colegio a un ponche en el jardín. Me confié y me perdí yo solita para los restos. Ahora los papás de las amigas de Rebeca me miran raro. Ésta es la multiorgásmica de las tetas operadas a la que le pone Rubalcaba, piensan, se lo leo en las pupilas. Sus señoras les han ido con el cuento, no me cabe la menor. No las culpo. Yo también lo haría. Y además ¿qué pasa? Cada una tiene sus perversiones.
Te lo digo yo, que me dedico a esto. Aunque sea de chiripa. Fue al año de mudarnos al chalé. Estaba yo tan tranquila de señora de mi casa cuando se me presenta un vecino a ofrecerme un empleo. Resulta que el tipo es un cazatalentos y estaba buscando a una jefa de investigación de mercados para una multinacional de compresas. Llevaba ya cincuenta lumbreras entrevistadas cuando me vio en acción en una reunión de la comunidad y lo tuvo claro. Yo era su mujer. Desde entonces aquí me tienes, sonsacando a mis congéneres. Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. Gano un dineral y trabajo en lo mío. No tendré el título, pero para socióloga, servidora. Me río yo de los estudios del CIS. Para qué tanta macroestadística. La verdad está ahí fuera.
Precisamente ahora me voy a hacer un estudio de campo -quien dice campo, dice playa- a la parte norte de Menorca. Pijas catalanas flacas como estacas con sus maridos ideales y sus cachorros de diseño vestidos de impoluto lino blanco. De ésas que se preguntan a qué huelen las nubes. Un filón, o sea. De aquí me sale el informe definitivo. Yo me abro. Ya les cuento.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.