El mundo de los simpáticos

Hubo un tiempo en el que leer El País Semanal ofrecía un gran aliciente: la entrevista de Sol Alameda. Durante años, Sol puso todo su oficio y su inteligencia en la búsqueda de los mejores retratos para la revista dominical de EL PAÍS. Y obtuvo logros memorables gracias a ese ingenio y esa agudeza que siempre le caracterizó. Gracias a esa manera de ver y mirar el mundo desde la inteligencia de una mujer siempre espoleada por la curiosidad y el afán de ampliar su visión del mundo y, de paso, la nuestra.
Sol Alameda tenía 66 años, y esa innata curiosidad suya le ha permitido continuar siendo un poco niña hasta el final. Una niña feliz y divertida, capaz de descubrir vivencias y personajes, capaz de abrirnos las puertas de las personalidades más dispares. Cultivó desde muy pronto el género periodístico de la entrevista, aunque también hizo interesantes in-cursiones en la investigación periodística.
En 2002 recibió el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo que otorga la Asociación de Periodistas Europeos. Siempre guardó la foto en la que aparece sonriente junto al príncipe Felipe y su marido, el cineasta Emilio Martínez Lázaro. Aquel día, Sol habló de sus entrevistas y de la necesidad de contar con la colaboración y la ayuda del entrevistado, "incluso desde el desacuerdo". Comparó su tarea con la del espadachín y agradeció, en un gesto muy suyo, "a los simpáticos y a los antipáticos, a los fáciles y a los difíciles, a los generosos y los tacaños" la ayuda prestada en sus años de trabajo.
Sol Alameda era culta, inteligente y sencilla. Le gustaba mucho dividir al mundo entre simpáticos y antipáticos. Ella pertenecía, sin lugar a dudas, al primero de los grupos, y era justamente todo su bagaje y esa forma de ser lo que la convirtió en una entrevistadora única, constructora de una obra monumental, en una mujer corajuda y fuerte, muy por encima de lo que presagiaba su menudencia. Un modelo profesional. Una persona inolvidable.
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