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Revitalizar el pasado

Anatxu Zabalbeascoa

José González Gallegos y María José Aranguren (ambos, Madrid, 1958) obtuvieron el primero y segundo Premio Extraordinario de Final de Carrera. Ambos se doctoraron cum laude en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, donde imparten clases. Es significativo que dos estudiantes sobresalientes apostaran por los casos difíciles, la vivienda social y la restauración, en lugar de bailar la danza de las formas escultóricas que tanta fascinación despierta entre arquitectos.

Su obra sólida, y a prueba del paso del tiempo, representa una escuela madrileña, más empeñada en los volúmenes que en los detalles, más entregada a hacer hablar a los edificios que a que éstos hablen de su autor. El parador de Alcalá de Henares resume ese ideario: apuesta por la recuperación del pasado con el mejor presente para asegurar el futuro. Evita la tentación de deslumbrar un instante.

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Aranguren y Gallegos supieron ser revolucionarios donde había que hacer la revolución: en sus viviendas sociales de Carabanchel. Construyeron camas que, durante el día, se guardaban bajo el pasillo para ceder espacio. En Alcalá han apostado por un edificio horizontal, un lugar que habla del mundo de claustros y patios que es esa ciudad. La idea consiste en escuchar el pasado sin que éste resulte paralizante. Si el antiguo convento de Santo Tomás, de principios del siglo XVII, había sido centro penitenciario y cuartel, bien podía -no sin esfuerzo- convertirse en hotel. ¿Cómo adaptar un uso opuesto sin dañar el casco de la ciudad?

La solución llegó de la antigua tipología del convento: el claustro ofrecería retiro; el jardín, goce. Para relacionarse con Alcalá, no construirían sobrepasando la antigua tapia del huerto. De la misma manera que las mejores poblaciones costeras no sobrepasan la altura de las palmeras, Aranguren y Gallegos apostaron por la desaparición del nuevo edificio bajo la antigua tapia. El resultado no es una restauración sino una revitalización. El antiguo convento respira por injertos contemporáneos (como la nueva escalera metálica y cúbica). Los arquitectos han trabajado aquí no como estrellas sino como médicos redescubriendo la ruina y curando sus heridas con metales y maderas. Las carpinterías que cierran las antiguas arcadas están retranqueadas tras los sillares de piedra. Ese paso atrás es el mensaje de estos arquitectos que ya fundieron el palacio de Las Veletas y la Casa de los Caballos para hacer aparecer el Museo de Bellas Artes de Cáceres. Los primeros de su promoción, apuestan por ceder el protagonismo. Y la arquitectura gana con esa cesión.

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