The Lady of shalott
Hay encuentros que te cambian la vida. Yo he conocido a J. W. Waterhouse, y es que soy otro. Entré en la Royal Academy of Arts de Londres no porque sea muy sensible -que lo soy- sino por recuperarme de la visita a Abercrombie & Fitch, el templo de la ropa adolescente, que está muy cerquita. Fui a ese alucinante y estrepitoso lugar, Abercrombie, a comprar las prendas que me habían encargado mis hijas entre zalamerías falsas y serias amenazas de que más me valdría no volver si no las conseguía. En el vestíbulo había un chico musculado con aire de surfista y el torso desnudo que se dejaba fotografiar con las cámaras de los móviles por las jovencitas (y algunas madres). Del interior, muy oscuro, recuerdo sólo una incongruente cabeza de alce, unas pinturas de atléticos jugadores de críquet y esgrimistas, y que, probablemente por la edad de los clientes, no servían copas.
Pasé a la Royal Academy, pues, ensordecido y cargado con varias sudaderas pensando que por el mismo precio podía haber adquirido alguna de las esculturas que se exhiben en el centro. Subí mecánicamente a la sala de exposiciones temporales y lo que vi fue como una revelación. Mujeres hermosísimas y enigmáticas me miraban desde los cuadros con ropas vaporosas e infinita capacidad de seducción. Fue como entrar en un sueño. Mi lado junguiano me advirtió de que aquello tenía toda la apariencia de un despliegue de representaciones del ánima, la figura femenina del inconsciente colectivo masculino que tanto daño nos ha hecho: diosas, hechiceras, ninfas, dríadas, sirenas, lamias, santas, heroínas, princesas... De Miranda a Circe pasando por Penélope, Isolda, Ofelia (más bella que la de John Everett Millais de la Tate). Reconocí varios cuadros: uno, la Belle dame sans merci, ilustra la portada de una antología que tengo de Keats, lo que no es raro porque la pintura representa el célebre poema del mismo título, el encuentro entre un caballero armado y una seductora muchacha tan encantadora como peligrosa. Otro es la famosa y artúrica The Lady of Shalott del poema de Tennyson, en su esquife. Todos son cuadros de John William Waterhouse, un prerrafaelita 'après' la lettre, un post-prerrafaelita para entendernos. Habrá quien lo encuentre un relamido de la leche y un cursi (donde haya un buen Pollock...), pero me ha conquistado.
Una parte de mí, y no la peor, sigue encantada allí, en la exposición, soñando sueños imposibles y amores y seducciones que los dioses regalan a los que aman o a los que quieren perder.
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