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Reportaje:ESPACIOS NATURALES

El gran desconocido

Cabañeros logró sobrevivir hace veinte años por la presión popular. Hoy en día, ya a salvo, tiene el acceso restringido.

Pudo ser un campo de tiro. Pudo arder por completo el mes pasado. En un atardecer en la raña de Santiago, rodeado de animales casi únicos que corren libres en lo que llaman "el Serengeti español", la idea de que esa hermosa llanura se hubiera visto llena de socavones fruto de las bombas o consumida por el deseo absurdo de un pirómano resulta inconcebible. Casi obscena. Por suerte, Cabañeros, lugar famoso hace veinte años por la posibilidad de convertirse en un lugar de pruebas para Defensa, es hoy un parque nacional de 42.000 hectáreas rigurosamente vigilado y cuenta con poblaciones únicas en la Península de aves o ciervos.

Cabañeros volvió a ser noticia cuando, el mes pasado, un incendio prendió a partir de cuatro focos simultáneos. La rápida respuesta de los retenes, apoyados por media docena de helicópteros e hidroaviones, consiguió controlar el fuego en apenas seis horas y limitar los daños a unas 370 hectáreas, menos del 1% de su extensión. La zona en llamas fue rápidamente cercada por cortafuegos.

Franco quiso convertirlo en estepa de cereales, y Defensa, en campo de tiro
Tiene 98 clases de árboles, 900 tipos de plantas y 45 especies de mamíferos

Pero ese terreno -básicamente de matorral bajo y jara, donde las llamas se expanden con más velocidad- "no se recuperará en lo que nos queda de vida", explica Carmelo Pérez, uno de los responsables de los retenes. "Habrá que ver cómo resisten los alcornoques con la corteza quemada, puesto que son árboles viejos pero fuertes".

Aparentemente, el parque hoy no tiene enemigos. Totalmente integrado en su entorno desde su polémico nacimiento, con zonas que respetan la condición de coto de caza y áreas de gestión privada, cuenta con el apoyo de la población y un turismo reducido pero interesado. Entonces ¿quién prendió el fuego? La única explicación es, según Pérez, "la acción de un pirómano, que estudió el viento y dónde colocar las mechas para causar el mayor daño. Puede volver a intentarlo, pero el parque no está indefenso. Sólo tardamos veinte minutos desde que arrancaron las llamas hasta que llegaron las primeras unidades para apagarlo".

Cabañeros es único en muchos sentidos. Por ejemplo, en ese origen ligado a manifestaciones contra su conversión en zona de tiro. "Debe de ser una de las pocas ocasiones en las que las protestas populares han tenido una consecuencia ecológica positiva", recuerda el director del parque, Manuel Carrasco. También fue la primera vez en la que este rincón olvidado, a caballo entre las provincias de Toledo y Ciudad Real, llamó la atención de la opinión pública. Ésa ha sido, precisamente, la razón de que sea, según Carrasco, "el único lugar en el que se conservan totalmente vírgenes amplias superficies de bosque mediterráneo, tal y como eran hace siglos".

Tal vez por todo ello, y como contraste feliz con el uso que se pretendió darle al lugar, Cabañeros es uno de los parques a los que es más difícil el acceso. Sólo algunas rutas de senderismo están abiertas, en zonas próximas a localidades como Horcajo del Monte. Forman parte de uno de los entornos del parque, ese bosque mediterráneo que tapiza completamente el suelo con un impenetrable matorral bajo -jaras, romeros, brezos...-, sólo roto ocasionalmente por las 98 clases distintas de árboles del lugar.

El otro sector es la raña, el herbazal salpicado de encinas. Aquí sólo es posible el acceso de 96 personas al día, siempre en los vehículos con guía dispuestos por el propio parque. Para asistir al fascinante espectáculo de la berrea, en otoño, faltan plazas los fines de semana. Pero el resto del tiempo no cubre esa cantidad de visitantes. "Lo cierto es que el parque no es bien conocido ni siquiera en Ciudad Real, que está a poco más de media hora de camino. Por supuesto, queremos más visitantes. Pero no vamos a subordinar el uso público a las exigencias en las épocas de mayor tráfico", explica Carrasco.

Las 8.000 hectáreas de la raña (el 19% del parque) son, sin duda, la imagen más conocida. Su aspecto actual es, curiosamente, obra del hombre. Todo el matorral que predomina en las colinas circundantes fue eliminado aquí por uno de esos extraños planes desarrollistas del franquismo, que pretendía convertir el lugar en una llanura cerealera aprovechando la riqueza del suelo, anegado en épocas prehistóricas y rico, por tanto, en sustratos. Incluso se crearon artificialmente pueblos en la zona. Todo ello quedó atrás y los ciervos y jabalíes de las colinas, aprovechando la abundancia de la bellota y la ausencia de depredadores naturales con la progresiva eliminación de lobos y osos, se adueñaron del lugar. Pasear hoy en coche por esta zona -está prohibido el acceso a pie- es lo más parecido a un safari que puede verse en España: los animales corren alrededor de los vehículos con despreocupada inocencia y contemplan al hombre a sólo unos metros de distancia con la misma curiosidad que éste siente hacia ellos.

Pese a esa espectacularidad, la mayor riqueza del parque se encuentra en las serranías. La variedad de su flora, con 900 tipos distintos de plantas, incluyendo nenúfares o algunas carnívoras en zonas remotas, ofrece paisajes singulares. Ahora, en otoño, esa variedad se plasma en una sinfonía de colores: el amarillo de la hoja caduca, el rojo de los arces y el verde de las encinas se arrebolan en combinaciones sorprendentes. Pedrizas cubiertas de musgo, ocultos rincones con las bañeras de barro de los jabalíes, escurridizos ríos mediterráneos que reviven con las lluvias de invierno, la hermosa cascada de El Chorro -escondida al final de un hermoso valle- o las áreas repletas de fósiles son otros de los rincones que pueden atraer al caminante.

En cuanto a la fauna, en Cabañeros conviene alzar continuamente la vista: 186 parejas de buitre negro, la segunda mayor colonia del mundo; dos parejas de águila imperial casi únicas -una de ellas, con una cámara web en su nido- y otras 200 especies de aves pueblan sus cielos. Prismáticos o pequeños telescopios son recomendables para su observación, agradecida sobre todo en las horas de sol bajo. Un total de 45 clases de mamíferos, 13 de anfibios y 11 de reptiles -que incluyen entre todas 21 especies amenazadas de extinción- completan la población del parque.

Uno de los proyectos estrella es incorporar a otro animal protegido, tal vez el más representativo de la fauna española. Al igual que el lince se reintrodujo en Doñana, las otras comunidades autónomas que contaron con su presencia van a crear programas de cría, y a Cabañeros -donde vivieron estos felinos hace años- le corresponderá ser la sede en Castilla-La Mancha. Seguramente, Cabañeros será el siguiente paso tras el parque andaluz; de momento, han comenzado a criar conejos en abundancia para que les sirvan de alimento.

El parque también estudia abrir un mayor número de rutas para el senderismo, limitadas por ahora a la sierra de Castellar de los Bueyes -junto a Horcajo de los Montes, pequeño pero confortable centro turístico de la zona- y Navas de Estena, para incentivar las visitas. Pero la apertura de sendas cuenta con dificultades adicionales: por ejemplo, que buena parte de la superficie del parque sea de titularidad privada, un 47% exactamente. En esos lugares, el parque ejerce vigilancia y control, aunque estén cerrados al público, ya que en algunos casos forman parte de los extensos latifundios consagrados a la caza o la ganadería que son propiedad de conocidas fortunas.

El privilegiado estado de conservación del entorno es fruto de su singular aislamiento histórico. Los Montes de Toledo reciben ese nombre porque fueron durante siglos propiedad de la ciudad de Toledo, distante un centenar de kilómetros. El Consistorio impuso al lugar un sistema tributario durísimo, pero también unas estrictas normas de uso limitando, por ejemplo, el encendido de fogatas, en lo que Manuel Carrasco considera "casi un primitivo manual de selvicultura". La combinación de ambos factores contribuyó a que el terreno no fuera dañado ni explotado; los escasos habitantes vivían en muchos casos en las chozas cónicas o cabañas que dieron nombre al lugar, y se mantenían con actividades como el carboneo, la extracción del corcho de los alcornoques o modestas explotaciones agrícolas y ganaderas.

Carmelo Pérez, que, además de comandar los retenes, es guía de la empresa Allcaravan -que cubre distintas rutas a pie y con todoterrenos tanto en el propio parque como en sus inmediaciones-, recuerda que a los de la comarca, como él, se les conocía en las inmediaciones como "los golfillos": gente montaraz y autosuficiente, orgullosa y hospitalaria. Hoy, su actitud debe abrirse más ante la necesidad de convertirse en poblaciones viables con el turismo: "Los ayuntamientos van siendo conscientes de que su desarrollo ha de venir de la mano del parque. Somos su mejor carta". Quienes se unieron para luchar porque su maravilloso entorno no se viera calcinado por las bombas o el fuego, luego se agruparon para que los municipios suscribieran la Carta Europea de Turismo Sostenible. El último rincón del monte mediterráneo podrá visitarse, sin perder su virginidad, tal vez por años.

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