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Crítica:LLAMADA EN ESPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Thriller

Llevo semanas literalmente pegada al ordenador, presa de unas noticias que, inscritas en la pantalla, llegan frescas, como surgidas de las fauces mismas del acontecimiento. Me he acostumbrado de tal manera a la información continua e inmediata que en las noches de insomnio me levanto a mirar si ha pasado algo nuevo. Lo miro desde el ordenador de casa, en una pantalla prestada, a oscuras en el cine con mi iPhone. Es ese flujo lo que engancha; es el carácter abierto, inacabado de las informaciones lo que conmueve nuestra imaginación contemporánea; saber que siempre va a pasar algo más que va a llegar en secuencias, paso a paso, como los suspiros. Es el hueco descubierto por los psicoanalistas que ha encontrado en Internet un sitio donde abismar los vértigos.

Así que me engancho voraz a las noticias que van llegando desde Neverland. Tampoco significa nada concreto: antes fueron Berlusconi e Italia. Como amantes de repertorio, las obsesiones se van sucediendo sistemáticas frente a la pantalla, unidas por lazos sutilísimos que, en las noches de insomnio, se configuran claros y contundentes. En el fondo, me digo, el ataúd vacío de Michel Jackson se parece en lo rocambolesco al vaudeville italiano. Se parecen Jackson y Berlusconi en sus caras falsas, su pelo prestado, la pasión por los menores —o eso dicen sus respectivas esposas—. O se parecen, al menos, en Internet que lo iguala todo, sin jerarquías, sin controles, sin tino. Mezcla intrépida de aluvión infinito que tragamos sin tiempo para saborearlo.

Pese a la brevedad de las sensaciones —o por esa misma brevedad— llevo días siguiendo la noticia de la muerte del gran mito del Pop —aunque no el mejor, porque el título habría debido corresponder a Prince si Jackson no hubiera salido de escena tan ostentoso—. Corro tras la noticia que se instala en mi pantalla mientras me he ido a por agua a la cocina. Hasta entro en un concurso absurdo, yo, que me las doy de seria. Me decepciono cuando no me toca la entrada al funeral-concierto —costaba incluso más que la reventa de Tomás en la Monumental—. Mejor, pienso, resuelta a retomar mi vida. Luego te toca y menuda pereza llegar hasta allí, toda apretada, con la compañía de bajo coste de turno. Una señora, con lágrimas en los ojos, declaraba su perplejidad ante las cámaras: "A mí nunca me ha tocado nada y ahora me toca esto…". Es esa perplejidad tan contemporánea la que nos emociona, la incapacidad misma de entender qué hacemos allí, de qué modo tan radical ha cambiado la Red nuestras vidas.

Lo voy rumiando mientras me asomo a YouTube —Nuestra Señora de YouTube—. Vuelvo a ver Thriller —no me canso nunca de verlo—, uno de los mejores videoclips de los ochenta. Es más: una de las obras maestras de la década. Nada de buscar la esencia de aquella época en esta o la otra corriente artística —ni apropiacionismo, ni neopop, ni neoconceptual—. Hasta la llegada de MTV —el canal sólo de videoclips en sesión continua, a su modo fragmentario y abierto como la pantalla del ordenador— los destellos de relato, rápidos y eficaces, musicales con un final también casi siempre feliz, irrumpían en la pantalla casera. Se colaban entre los anuncios y los esperábamos con ansiedad antigua, regusto a "peticiones del oyente" en la radio: un momento de distracción y la canción se había desvanecido fugaz. Ahora, por fin, se han saciado las ansiedades: en la Red podemos regresar a cada fragmento de realidad con la frecuencia que decidamos. La esencia fragmentaria del medio lo permite y ahí radica la paradoja: recuperar a la carta cada cosa del mundo con la velocidad malsana de la noticia.

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