Eduardo Chamorro, un periodista con dos almas

Desde el principio, dos almas habitaron en Eduardo Chamorro, la del escritor que quiere distanciarse del mundo para penetrar en sus entrañas y la del periodista que escribe en medio de la calle, pegado a la piel de una realidad que cambia de hora en hora.
Empezó con la novela, y en 1972 obtuvo el Premio Sésamo por El zorro enterrando a su abuela debajo de un arbusto. Entre 1976 y 1981, en cambio, anduvo sobre todo sumergido en la vertiginosa marcha de una sociedad que se estaba transformando drásticamente y reflejó, como quien va dando cuenta de su pulso más profundo, sus vaivenes, dudas y esperanzas.
Lo hizo a través de personajes políticos, contando las historias de Ramón Tamames y Felipe González, a quienes dedicó sendos libros, y lo hizo metiéndole el diente a temas enojosos como Las bases norteamericanas en España o a asuntos que se desarrollaban en el filo de aquel presente: Viaje al centro de UCD. Estaba pegado a lo que pasaba, pero siguió publicando ficciones: Relatos de la Fundación o Súbditos de la noche, una novela que presentó al Planeta.
Le exprimía el jugo a la vida, pero trabajaba con extrema seriedad
Su último artículo lo publicó en 'La Voz de Galicia' tres días antes de morir
Nacido en 1946 en Madrid, Eduardo Chamorro asomó la nariz a la España que le tocó contar como periodista en Cambio 16, a la que estuvo vinculado cinco años. En 1988 aterrizó en la radio, en el programa Aquí te espero, de Radio Nacional. Colaboró en Diario 16 y, hasta el pasado 10 de julio, en La Voz de Galicia, donde publicó su último artículo, Al gusto de Rusia.
De su gusto por la anécdota y la narración, y de sus exigencias de rigor, dice mucho lo que contaba que le pasó cuando escribía de Felipe González. Le contaron algunas perlas de puro surreales, pero cuando se puso a contrastar quedaron en humo. Chamorro le exprimía el jugo a la vida, y a sus desmanes, pero trabajaba con extrema seriedad. Por eso, quizá, en una de sus últimas novelas, A flor de piel, se sumergió en las arenas movedizas del periodismo más reciente y contó las peripecias de un programa de televisión dispuesto a todo por subir de audiencias.
Es posible que Chamorro buscara fundir sus almas de periodista y escritor acercándose a la historia, donde las batallas por el poder pueden codearse con los cuentos de alcoba.
Lo hizo escribiendo ensayos y también novelas. Yo, conde duque de Olivares es de 1989; El enano del rey, sobre la casa de Austria, de 1991; Victoria de Inglaterra, de 1995. En 1992 fue finalista del Planeta con La Cruz de Santiago, en la que le seguía los pasos a Velázquez, y en 2000 se ocupó de 25 años sin Franco. Trató también de la vida de una hermosa actriz que descubre la soledad en Guantes de segunda mano, y reconstruyó en otro libro sus 25 años de amistad con Juan Benet.
E hizo más, mucho más. Hasta el 13 de julio, en que el cáncer que padecía lo derrotó definitivamente.
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