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Columna
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La escala de Jacob

Que los escasos enclaves naturales que nos quedan en la costa valenciana están amenazados, es harto conocido. Basta un paseo y una mirada atenta por aquel rincón natural que el lector tenga más próximo. Y la muchachada de Greenpeace -organización ecologista internacional que de no existir debería inventarse- acaba, para confirmarlo de nuevo, de realizar un estudio en el que se indica por ejemplo, y sin salir de las comarcas norteñas y castellonenses del País Valenciano, que por donde la desembocadura del Riu Millars se acumulan construcciones ilegales y vertidos de las industrias próximas; que la marjal de Almenara está amenazada por el cemento de un PAI que va a poner en peligro el suministro hídrico al humedal; que por donde Burriana, Moncofa o Nules peligran las praderas submarinas de posidonia porque los puertos deportivos previstos alteran las corrientes marinas aguas residuales en la zona; que el Prat de Cabanes está sitiado por la presión urbanística, y que... La lista no se agota, y el deterioro es un desatino lento y constante, que deberíamos utilizar durante mucho tiempo como tema de portada, por tal que nuestros nietos y los nietos de nuestros nietos conozcan, junto al mar, algo más que el cemento y la estética de lo coent, que a la corta o a la larga terminan por ahuyentar turistas y visitantes. Pero en lugar de ese urgente y necesario debate nos resbalamos de unos meses acá por los peldaños de la quiebra de los valores públicos de algunos de nuestros dirigentes políticos, no todos, cuyo final no acaba de vislumbrar el vecindario interesado y preocupado por el tema.

Esos peldaños donde resbalan la ética, la estética y la confianza ciudadana no forman parte de la bíblica escala que soñó Jacob, que llegaba hasta el cielo y por donde subían y bajaban según el Génesis los ángeles de Dios y donde se oía la voz de Yavé, prometiendo a su pueblo un futuro en una tierra mejor. Esos peldaños forman parte de los "escaloncitos" de los que nos habló ese otro día nuestro enjuto Presidente de la Generalitat, y no auguran un futuro mejor para esta tierra: son una pesadilla o un mal sueño en el ámbito de la convivencia cívica. Uno de esos peldaños viscosos tiene su epicentro en la decimonónica Diputación de Castellón, con un jefe de filas imputado en varias causas por actuaciones de las que no da cuenta a la opinión pública ni a los medios, a los que desprecia con arrogante silencio. Un escaloncito apoyado y silenciado por el principal dirigente político de su partido, cargo que detenta la misma persona que encabeza el Gobierno de la Generalitat. Amén. Claro como una lámpara y simple como un anillo: el día que Camps le sirvió de báculo a Fabra desapareció la esperanza en una derecha europea y democrática para los valencianos.

Ahora, el provincianista e imputado dirigente del PP castellonense y presidente de la Diputación intenta silenciar a la oposición, a la que desprecia olímpicamente, para que deje de incordiarle en plenos y reuniones con preguntas sobre las causas que tiene abiertas. Busca incluso recursos jurídicos y legales para ello. El colmo del disparate, pues, como esa misma oposición le ha respondido, "estamos en una democracia en la que los cargos públicos tienen la obligación de dar cuenta a la ciudadanía" de sus actuaciones, claro. Algo que caerá en el vacío, porque un sector, nada desdeñable de la derecha valenciana, confunde intencionadamente la democracia con los atributos viriles del caballo de Espartero.

Y así nos luce el pelo, mientras las calas, los arrecifes marinos y los acantilados de gran valor ecológico en los doce kilómetros de la Serra d'Irta, se ven amenazados por un macropuerto deportivo y el vertido de sustancias tóxicas como el benceno, tolueno, xileno, hexaclurobenceno..., según lo datos recopilados por Greenpeace.

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