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Columna
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Por la muerte de un hombre

Era estremecedor navegar ayer por Internet, tras la muerte en Sanfermines de Daniel Jimeno. Era estomagante comprobar la alegría y la euforia de los animalistas, encantados de que un ser humano hubiera perdido la vida en el encierro.

Se puede hablar de imbecilidad moral, relativismo y pérdida de referentes, pero todo se queda corto ante la avalancha de desprecio que exhibe ante la vida humana el ecologismo radical. Y como poco puede esperarse de la escuela, plataforma de extravagantes experimentos ideológicos, sólo un trabajo tenaz desde otros ámbitos puede interponer alguna resistencia a la empanada mental, llena de tropezones, que configura la indigesta moral de nuestro tiempo.

En el ecologismo radical se superpone, a principios razonables de conservación del medio ambiente y protección de fauna y flora, una ideología política que persigue paralizar el desarrollo de la humanidad. El ecologismo político se ha convertido en una herramienta para combatir la democracia liberal, el avance tecnológico y la extensión de la prosperidad a los puntos más remotos del planeta. Se intenta paralizar la construcción de grandes infraestructuras, condicionar las decisiones de los políticos (esas vergonzosas marionetas, a merced de toda minoría organizada) y ahondar en la esclavitud fiscal de la ciudadanía mediante impuestos y recargos de carácter medioambiental. Y lo más grave: se quiere impedir que las poblaciones desfavorecidas de la tierra accedan a nuestra cultura política y económica y, por tanto, a nuestro bienestar. Es legítima, necesaria y exigible la adopción de políticas públicas y conductas personales respetuosas con el medio ambiente, pero el ecologismo político representa algo muy distinto: el intento más retrógrado y más reaccionario de paralizar el desarrollo de la humanidad y condenarla a modelos de supervivencia.

Pero al ecologismo político se le ha añadido en los últimos años un ecologismo filosófico que guarda la semilla de algo peor: la equiparación moral de la vida humana con cualquier otra vida de la escala biológica, desde un protozoo hasta un primate. El totalitarismo se fundamenta, por principio, en la obsesión igualitaria. Y si el igualitarismo entre los seres humanos ha supuesto a lo largo de la historia toda clase de regímenes despiadados, el igualitarismo que otorga el mismo valor a la vida de un ser humano y a una anchoa esconde tal atrocidad potencial que no se puede esperar: hay que contrarrestarlo antes de que las señales que ahora envían ciertos chiflados acaben acampando en un nuevo capítulo del discurso oficial y su impositiva gramática.

Ayer mentes degeneradas aplaudían la muerte de Daniel Jimeno en el encierro y mostraban su solidaridad con los animales del planeta. Cuando lleguen a ser fuertes harán palidecer a las milicias fascistas y comunistas del horrendo siglo XX.

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