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Golpe en Honduras

Baño de sangre en torno al regreso de Zelaya

El Ejército dispara contra manifestantes y causa al menos un muerto - El avión del presidente depuesto aterriza en Managua

Un joven de 19 años es la primera víctima mortal del golpe de Estado en Honduras. Se encontraba en el aeropuerto de Tegucigalpa esperando junto a su madre la llegada del presidente Manuel Zelaya cuando, durante una carga del dispositivo conjunto del Ejército y la Policía, cayó al suelo víctima de un disparo y murió en el acto. Según fuentes médicas, al menos un segundo manifestante resultó muerto poco después.

A las 2.30 de la madrugada, hora peninsular española, el avión de Manuel Zelaya aterrizó en Managua tras infructuosos intentos de tomar tierra en el aeropuerto de Toncontín, donde vehículos militares cruzados en la pista se lo impidieron. Según declaraciones del propio presidente depuesto, las autoridades golpistas llegaron a advertir a los pilotos del avión venezolano que o abandonaba el territorio hondureño o "sería bajado a tiros".

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El baño de sangre que tanto se había anunciado llegó fatalmente. Es la peor cara de un conflicto provocado por el golpe militar que tiene atrapada a Honduras, una nación con dos presidentes. El primero, legítimo, intenta por todos los medios regresar a su país. El segundo, colocado en el poder por los militares golpistas, niega su entrada, hundiéndose cada vez más en el aislamiento internacional. Tras la estela de Zelaya volaba otro avión, que también representa muy bien lo extraño de la situación. En él viajaban tres presidentes -los de Paraguay, Ecuador y Argentina- y el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza. Su intención primera era acompañar a Zelaya hasta su país, pero, ante la negativa rotunda de Honduras de permitir su aterrizaje, decidieron ir sólo hasta El Salvador. "Si Zelaya aterriza y considera oportuno que vayamos", dijo Insulza, "iremos".

Pero, aunque el avión venezolano en el que viajó el presidente depuesto seguía en el aire, todos los datos indicaban que no podría tomar tierra en el aeropuerto de Toncontín, donde a las cinco de la tarde de ayer (ocho horas más en la península) se estaban registrando enfrentamientos entre militares y partidarios.

A última hora del sábado, Zelaya se dirigió a sus conciudadanos desde Washington para pedirles que fueran a recibirlo el domingo, "a eso del mediodía", al aeropuerto de Tegucigalpa. Les pidió, eso sí, que marcharan hasta allí en calma, de forma pacífica. Pero no era esa una petición fácil de cumplir, porque la tensión fue creciendo a lo largo del día, alimentada por las declaraciones de una y otra parte. Incluso hubo un momento, a eso de las cuatro de la tarde, hora local, en que Zelaya declaró desde el avión que estaba a punto de llegar a su país y que quería negociar, lo que espoleó a los manifestantes camino del aeropuerto. Fue entonces cuando se produjeron los enfrentamientos más violentos.

Desde primeras horas de la mañana de ayer, las inmediaciones del aeropuerto habían sido tomadas por numerosos efectivos del Ejército y de la Policía. Uno oficial a cargo de uno de los retenes admitió que las órdenes eran contundentes. "Nos han dicho que por aquí no pase ningún manifestante. Ninguno. Nadie va a poder llegar al aeropuerto". No fue una orden fácil de cumplir. Porque, al contrario de lo sucedido en días anteriores, los partidarios de Zelaya consiguieron ayer formar una columna muy compacta. Miles de personas de todas las edades, muchos de ellos bien pertrechados con palos y piedras. "No vamos a dejar que lo detengan", juraba Isabel Soto, una profesora de secundaria que tuvo que viajar durante tres horas hasta llegar al centro de Tegucigalpa. "Aquí no hay dos presidentes", ponía el punto sobre la í, "el único presidente se llama Manuel Zelaya Rosales. El otro es un político ladrón al frente de un grupo de militares golpistas. Por eso Hugo Chávez lo rebautizó muy bien. Ya jamás se llamará Micheletti. Lo llamaremos Goriletti por los siglos de los siglos".

Los hondureños, que se durmieron el sábado con la noticia de que Zelaya seguía con la intención de regresar, se despertaron el domingo con un cruce de declaraciones muy violento. El responsable de Exteriores del gobierno de facto, Enrique Ortez, advirtió: "He ordenado que no se le permita regresar, pase lo que pase". Y añadió, en tono de amenaza: "No podemos permitir esa temeridad, que muera un presidente de la República, que resulte herido un presidente de la República, que muera cualquier persona". Poco después fue el propio presidente golpista, Roberto Micheletti, el que echó más leña al fuego. Dijo que ya había tropas nicaragüenses marchando hacia la frontera de Honduras. El presidente Daniel Ortega se apresuró a salir en los medios de comunicación desmintiendo "tajantemente" cualquier intromisión militar en territorio hondureño. Sin embargo, los portavoces del Gobierno de facto siguieron llamando al miedo y mentando a la bicha. No hacían más que seguir la senda abierta el día anterior por el cardenal Óscar Rodríguez, que ya advirtió a Manuel Zelaya que su insistencia en regresar al país del que fue expulsado el pasado domingo sólo podría acarrear "un baño de sangre".

Helicópteros del Ejército y de la Policía permanecían sobrevolando la pista del aeropuerto de Toncontín, uno de los más peligrosos del mundo, para evitar que cualquier aeronave, con Zelaya o sin Zelaya, pudiera siquiera iniciar las maniobras de aterrizaje.

Seguidores de Zelaya se protegen del lanzamiento de gases lacrimógenos en el aeropuerto.
Seguidores de Zelaya se protegen del lanzamiento de gases lacrimógenos en el aeropuerto.REUTERS
Los presidentes de Ecuador, Rafael Correa (izquierda), y Argentina, Cristina Fernández, junto a Manuel Zelaya, ayer 
en Washington. A la derecha, policías en el aeropuerto de Tegucigalpa.
Los presidentes de Ecuador, Rafael Correa (izquierda), y Argentina, Cristina Fernández, junto a Manuel Zelaya, ayer en Washington. A la derecha, policías en el aeropuerto de Tegucigalpa.AP / EFE

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