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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Salta Lenin el Atlas

Manuel Rodríguez Rivero

He vuelto a repasar Para ser un buen comunista (1939), de Liu Shaoqi (antes Liu Chao Chi), uno de aquellos manuales de adoctrinamiento rápido que circularon profusamente -se tradujo a más de 40 lenguas- entre millones de simpatizantes comunistas durante dos décadas nada prodigiosas. Sigue asombrándome cómo pudo convencer (y, a veces, vencer) ese dogmatismo alimentado de pensamiento mágico que persigue formar conversos obstinados e impermeables a la duda: "Sacrificar incluso la propia vida, sin la más ligera vacilación e incluso con un sentimiento de felicidad, por la causa del Partido, por la liberación de la clase obrera y de la nación, por la emancipación de la Humanidad, es la más alta manifestación de la moral comunista". A los que crecimos en la España del nacionalcatolicismo no nos resultan extrañas -mutatis mutandis- esas invitaciones religiosas al martirio feliz (y feroz): como explica Eric Hoffer (El verdadero creyente, Tecnos) no hay duda de que hay algo indudablemente común a todos los "verdaderos creyentes", independientemente de la naturaleza de su causa. En uno de los artículos incluidos en La mentalidad soviética (Galaxia Gutenberg), Isaiah Berlin dice: "La doctrina según la cual sólo existe una verdad a la que deberíamos consagrar toda nuestra vida y un solo método para alcanzarla y un único cuerpo de expertos cualificados para descubrirla e interpretarla (...) puede adoptar múltiples formas". El estalinismo fue una de ellas, aunque hoy día los historiadores y los profesores tienden a considerar que el germen ya estaba en Lenin, o en Marx, o en los jacobinos o, más atrás, incluso en Espartaco o Caín. Y, desde luego, en los monoteísmos salvíficos. Claro que los profesores no son impermeables a lo que antes se llamaba la ideología dominante. Ahí tienen, por ejemplo, a Simon Sebag-Montefiore, uno de esos historiadores de formación cantabrigense y respetables principios conservadores que saben vender libros. Si en La corte del zar rojo (Crítica, 2004) elaboraba un documentado retrato de grupo del muy cambiante (iban cayendo en desgracia y desapareciendo) núcleo duro de la nomenklatura estalinista, en el que se prestaba particular atención a la desenfrenada actividad sexual de los líderes que administraban el país del "hombre nuevo", en su novela Sashenka (Punto de Lectura) saca partido a su investigación para elaborar una novela "de amor y misterio en la Rusia de los bolcheviques", como rezan los paratextos editoriales. Traducida a 35 idiomas y aclamada por la prensa anglófona más conservadora, la verdad es que no he podido terminarla, a pesar de su llamativa "mezcla de sexo, sentimientos maternales, fervor revolucionario y terror". Y es que durante la lectura tenía demasiado presente el lejano modelo de Doctor Zhivago (1957), quizás el mayor melodrama narrativo escrito en y sobre la Unión Soviética. En cuanto al palíndromo "salta Lenin el Atlas" que preside el Sillón de orejas de esta semana, les aseguro que la única razón para elegirlo como título es que desde que lo leí citado en el estupendo cuento 'Lejana' (incluido en Bestiario), de Cortázar, me llamó la atención su rara perfección, poco frecuente en sentencias capicúas de cuatro palabras (también me resulta gracioso "Olaf usa su falo", menos imaginativo y más amenazante y sexista). Claro que, pensándolo bien, al de Lenin no le falta hoy polisemia política.

Tamaño

Pues sí: resulta que el tamaño importa. Ésa es la mala noticia. La buena: cuanto más pequeño, mejor. Quién nos iba a decir, tras tantas fusiones y adquisiciones, que en el mundo del libro, small is beautiful. Ahí tienen al prócer José Manuel Lara declarando soñadoramente que de mayor quiere ser "pequeño editor". Sí, lo pequeño tiene glamour. Incluso para el presidente-ejecutivo del primer grupo editorial de habla hispana (3.000 millones de facturación total, 1.800 provenientes del libro), que a los sesenta y pocos años vuelve la vista atrás y, complacido como Elohim ("vio cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien, y atardeció y luego amaneció, día sexto"), coquetea con su eventual jubilación: cuando llegue a los setenta dejará de ser empresario y se ocupará de una editorial "pequeña y rupturista", afirma. ¡Aaaaah!: feliz quien, como Ulises, ha hecho un hermoso viaje, decía un Du Bellay nostálgico de aventuras controlables. La horaciana añoranza pastoril nos llega ahora en versión de "editor-editor" que se cultiva su propio campo ("literario", adjetivaría Bourdieu). Ya ven: el reposo del guerrero, la vuelta a los orígenes (los de papá, supongo). Si un tycoon como Lara quiere convertirse en pequeño editor significa que por ahí sopla el viento: el dueño del Planeta (editorial) no puede estar equivocado. Quizás el (nuevo) gusto por lo pequeño se deba también a que le hayan llegado noticias de que en esta crisis las librerías que peor lo están pasando son precisamente las más grandes, excepción hecha de La Casa del Libro, que es la suya. Larsson, mesías y salvador, publicado por Lara (Destino), ha venido en auxilio de los pequeños. Y lo pequeño (librerías, editoriales, libros de bolsillo) es hermoso, sobre todo si se mantiene el precio fijo, algo sobre lo que -¡ay!- Lara tiene sus propios puntos de vista. Mientras tanto, un consejo (gratuito y sin copyright) al prócer: vende todo lo que tienes y síguelos, Milarepa: no sé a qué esperas para unirte a los chicos de Contexto y emprender una nueva vida. Una editorial "pequeña y rupturista", dice. Hay que fastidiarse.

Combates

Para mi gusto, la más impresionante representación plástica del combate de Jacob con el Ángel (Génesis, 32, 25-32) es la pintura de Delacroix que adorna la pared izquierda de la primera capilla de la iglesia de Saint-Sulpice. Si visitan París no se la pierdan, sobre todo ahora que ya ha remitido la molesta y ruidosa peregrinación por el templo de los fans de El código Da Vinci. La prefiero, por su fuerza plástica y su misterio a las de Rembrandt o Gauguin, que son las otras que me vienen a la memoria. Creo que el pintor romántico acertó al plasmar como danza la enigmática lucha que terminó en tablas y que muchos han leído como una demostración paradójica del poder del hombre (que es siempre Prometeo) sobre la divinidad. Me acordé de la pintura en la Colegiata de Santillana del Mar, en cuyo claustro descubrí un capitel (el número nueve de la galería sur) maravillosamente decorado con la imagen de un caballero traspasando con su espada a un oso, cuyas desparramadas vísceras son visibles. Quizás se trate, como explican los eruditos, de una alegoría de la lucha del bien y el mal, pero yo prefiero imaginármelo como el testarudo duelo del escritor con la literatura: la tauromaquia de Leiris. Admiro el capitel mientras algo más allá, en la gótica Torre de don Borja, sede de la Fundación Santillana, los maestros de este año -Luis Mateo Díez, Ángeles Mastretta, Antonio Muñoz Molina- hablan acerca de sus particulares combates. La lucha con el ángel. La herida del oso y las vísceras que se desparraman: las palabras.

Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

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