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Girona muestra un Nonell más allá del tópico "pintor de las gitanas"

Allí están Consuelo, Pura, Soledad, gitanas del Somorrostro y de Can Tunis, cabizbajas bajo inmensos chales que no ocultan su melancolía. Pero la exposición Figures i espais, abierta al público hasta el 15 de julio en la Fontana d'Or de Girona, va más allá del tópico de "pintor de las gitanas", cliché por el que se conoce a Isidre Nonell (1872-1911) por representar de forma reiterada a mujeres de esta etnia.

A través de una cuidada selección de 50 obras procedentes de colecciones particulares, muchas de ellas inéditas, poco conocidas o que no se exponían desde hace 40 años, la exposición ofrece un repertorio iconográfico donde también tienen cabida paisajes y bodegones, retratos femeninos llenos de sensualidad, dibujos, ilustraciones y caricaturas. Es una antológica planteada de forma cronológica y lineal para profundizar en el universo crítico que Nonell manifestó a lo largo de su vida, con la obstinada plasmación en su obra de los más desfavorecidos y marginados de la sociedad.

El primero de los tres ámbitos en que está vertebrada la exposición refleja la etapa formativa (1890-1900) y las influencias de Casas, Rusiñol y los impresionistas, con lienzos como Arenys de Mar o Interior de botiga, obra que se expone por primera vez, además de temas de mendigos, ancianos, vendedores ambulantes y el conmovedor Dona i infants cretins. Después vendrá la etapa de las gitanas (1901-1906), seis años dedicados en cuerpo y alma a retratar a estas mujeres excluidas, resignadas a la adversidad. En esos retratos el espacio, el contexto, desaparece a favor de un fondo neutro que acentúa la melancolía de las protagonistas. "Son casi abstractos, descontextualizados", comenta la comisaria de la exposición, Gloria Escala.

El conjunto contrasta con el patrón femenino, sensual y vital de la última etapa del artista (1907-1911). Es una época de "conciliación" con el entorno, en la que también destacan varios dibujos de ilustración satírica publicados en la revista Papitu en 1910, en los que, fiel a su ideario, plasma el mundo obrero y fabril de una Barcelona en ebullición.

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