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Columna
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Ideologías valencianas

"Una apuesta segura", dice la consejera de Turismo, Angélica Such, de los mágicos efectos que tendrá sobre los españolitos este verano, a la hora de escoger destino para sus vacaciones, una cancioncilla alusiva encajada en la intriga que envuelve a los concursantes de la televisiva Operación Triunfo. Tal apuesta se entiende en sus justos términos si se tiene en cuenta que la idea cuesta casi 700.000 euros a la Generalitat, mucho más que otras promociones de emergencia en varios países europeos. Porque de una emergencia hablamos cuando el turismo valenciano lidera la caída en picado de visitantes extranjeros en el conjunto de España.

"Pueblos de fuego, pueblos de agua, pueblos de luz", repite la canción, en una apoteosis de tópicos que tiene, entre nosotros, una tradición centenaria: Brinden fruites daurades / els paradisos de les riberes; / pengen les arracades / baix les arcades de les palmeres... Bajo el influjo de las conmemoraciones de la Exposición Regional de 1909 y de su himno, algunos publicistas, e incluso, intelectuales de cierta solvencia, se muestran fascinados ante la profecía autocumplida de una ideología valenciana más falsa que uno de esos amigos que te salen a veces en Facebook. Abrumados por las mayorías electorales que cosecha el PP hace ya demasiado tiempo, alaban el surgimiento de un proyecto moderno sobre una identidad tradicional y hasta ciertos dirigentes socialistas, que evidencian su indigencia, tantean un acomodo improbable en tan vacuo escenario.

Porque, en realidad, no hay nada nuevo en juego, si exceptuamos el hecho, sin duda relevante, de que la centenaria ideología de la derecha valenciana, convenientemente deformada por el franquismo, ha sabido adaptar con éxito su sucursalismo victimista al nuevo poder autonómico. La derecha valenciana, en efecto, ha modernizado una retórica, permanentemente desmentida, que no esconde tesoro alguno. Fue en los años sesenta, precisamente, cuando tomó cuerpo una alternativa surgida de la crítica a tanta fantasía. El valencianismo, en un sentido amplio, es la otra ideología autóctona y nació, con vocación modernizadora, para superar la realidad que se esconde detrás del triunfalismo. No procede de la Exposición Regional; es mucho más joven, desde luego, pero ha arraigado en ámbitos de la sociedad civil que sobreviven a la apabullante maquinaria del regionalismo conservador reformulado y constituye la única tradición valenciana vigente a la que puede acogerse cualquier sector de opinión civilizado que rechace el narcótico de la autocomplacencia.

Por no hablar de Terra Mítica (una ruina en venta), de la Copa del América (una dársena abandonada a la espera de que cuatro millonarios ociosos ventilen sus querellas), o del circuito de Fórmula 1 (que no fue negocio el año pasado ni lo será este), me quedo con la imagen de Rita Barberá dando codazos la víspera de las elecciones europeas para inaugurar una línea aérea con Nueva York que cuatro semanas después anuncia la suspensión de vuelos a partir de octubre por falta de pasajeros.

Puede que el valencianismo se haya estancado y necesite nuevo aliento estratégico, puede que la "otra ideología valenciana" esté en un punto muerto. Pero no menos estancado está ese discurso oficial que camufla una urbanización del litoral sin miramientos con "pueblos de fuego, pueblos de agua, pueblos de luz" como antes vendía "frutas doradas", mientras Croacia, sin ir más lejos, promueve su costa Dálmata con el insidioso eslogan de "el Mediterráneo, tal como era".

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