La música callejera asalta el Círculo
Los sonidos de las bandas urbanas seducen en Las Noches Bárbaras
Por una vez no tuvieron que ganarse las perras en aceras, plazas, terrazas, chiringuitos ni vagones de metro. Diecisiete bandas callejeras del más variado pelaje cambiaron anoche el crudo asfalto por las escalinatas del Círculo de Bellas Artes y su majestuosa azotea en la quinta edición de Las Noches Bárbaras. La idea, que en origen pudo parecer extravagante, sedujo ayer a casi 2.000 personas, encantadas con el caótico bullicio que se adueñó de la docta institución cultureta.
Había de todo: cabareteros enloquecidos, balcánicos pasados de revoluciones, gnawas marroquíes, irlandeses bullangueros, batucada a todo trapo y rockeros de última generación. Por haber, hasta se colaron dos hermanos de origen coreano, Aarón (violín) y Moisés (violonchelo) Lee, paradigmas del virtuosismo clásico. "Acabé la carrera superior con cinco años de antelación, he inaugurado auditorios y actué hace poco en el Musical Center de Indianápolis, pero la libertad de la calle no puede compararse con nada", admite Aarón, de 21 años, habitual en las esquinas del Teatro Real. "No tienes que seguir pautas ni obedecer a ningún director, y alguna vez he sacado hasta 100 euros a la hora. Con todo, muchos compañeros del mundo académico no logran comprender esta afición".
La iniciativa fue seguida por unas dos mil personas
La institución tiene un programa de radio sobre los intérpretes ambulantes
Siete plantas más abajo, en el vestíbulo, el octeto Brassa Band calentaba los metales para rendir tributo a su querido dixie de Nueva Orleans. "Llevamos 10 años y nuestro disco se llama 'De Calle", corrobora el líder y saxofonista, Agus González-Bueno, de 40 años, "pero cada vez tocamos menos: la poli ha colocado un coche permanente en la plaza de Puerta Cerrada, nuestro cuartel general, y eso le corta el rollo a cualquiera". Menos mal que estos seis madrileños y dos cubanos tienen otras muchas ocupaciones: pasacalles, bodas, bautizos, festivales de jazz, bandas paralelas. "En el fondo somos los pijos de la calle. No lo hacemos tanto para vivir como por el cachondeo", admite Agus.
La flautista Carmen Vela, de 29 años, profesora de música en el colegio Montserrat (barrio de La Estrella), coordina la aventura bárbara desde el primer momento. "Aunque al principio era un poco escéptica", reconoce, "estos músicos callejeros tienen un punto de naturalidad y desenfado irresistible. A veces no tienen teléfono, desaparecen una semana completa o no se manejan con el idioma, pero merece la pena. Y van de frente: si te tienen que decir que se han quedado dormidos o se pillaron una borrachera, te lo dicen".
La iniciativa ha enganchado tanto que Carmen dirige en Radio Círculo un programa semanal sobre estos intérpretes ambulantes. "Lo mío ya es deformación profesional. Aunque esté de marcha a las tres de la mañana, agudizo el oído si se me cruza algún músico por el camino. Empecé casi de cero y ahora soy toda una experta", anota mientras no para de saludar al artisteo de la velada.
Ya cerca de la madrugada, la fusión balcánica de Cíngaro Drom compite desde el Salón de Baile con el jazz brasile o de Eucaliptus Now, dos plantas más arriba, en la Sala de Columnas. Para entonces, las colas para acceder al ascensor que conduce hasta la azotea son de escándalo, pero el público tira de paciencia. El espectáculo de la ciudad anochecida y la música al fresquete (a los Lee se les volaban las partituras) bien merece el esfuerzo.
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