_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Regreso al pueblo

La crisis nos devuelve a la austeridad, al ahorro, a la mesura y al pueblo. Casi todos los años, a estas alturas, ya estamos planificando las vacaciones. Durante los ratos muertos en la oficina buceamos en Internet buscando un mar real, silencioso y espejado donde evadirnos. Sin embargo, este junio muchos han dejado de fantasear, de lanzarse a la Red como si fuera una hamaca preveraniega. Son tiempos duros y debemos replantearnos las escapadas. Los viajes intercontinentales se sustituyen por rutas europeas pero, sobre todo, por excursiones nacionales. "Es el momento de descubrir los parajes de nuestra geografía, de explorar la belleza autóctona de nuestros valles y nuestras costas, de recorrer la deslumbrante fisonomía de nuestra piel de toro...", que diría el No-Do. Qué remedio. Todo esto en el mejor de los casos, porque hoy lo que de verdad se lleva es volver al pueblo.

Empobrecidos para 'recargarnos' en el Caribe, el retiro ansiado es de nuevo el pueblo paterno

Gran parte de los nacidos en Madrid durante los años setenta tenemos padres de otras provincias. Esas ciudades o esas aldeas han sido el destino de nuestras vacaciones de la niñez y la adolescencia; esos montes, esas playas, esas piscinas y esas bicicletas son ya la propia infancia. Cada agosto subíamos a un feo Seat sin aire acondicionado que se arrastraba por media España hasta la casa de los abuelos para reencontrarnos con sus abrazos de leña, con los escarabajos y las tormentas, con los guisos fragantes, con las chicas a las que primero lanzamos piedras y tiempo después besos. Sin dar nunca en el blanco.

Pero poco a poco abandonamos ese pueblo en busca de paraderos más estimulantes y compañías más divertidas que la familia y los gatos. A partir de los veintipocos nos escapamos con nuestros amigos de Interrail o a alguna casa rural; hay quien incluso se marchó regularmente en verano a Irlanda o Inglaterra a aprender inglés (mientas echaba insoportablemente de menos la comida y el clima español). Y más adelante llegaron las novias y con ellas los destinos románticos: las grandes capitales europeas, los cruceritos o el road trip por Asturias o la Toscana.

Pero ahora lo que ha llegado es la crisis, acabando con los ahorros, quizá incluso con los empleos, pero sin poder fulminar el deseo y, sobre todo, la urgencia de huir de Madrid. Una de las características definitorias del madrileño es su necesidad de desconectar. Esta ciudad es una maquinaria de alto voltaje que nos sacude y nos convulsiona, somos un fusible atravesado por la electricidad de la prisa, de los atascos, del trabajo, del cable de este horizonte sin cumbres ni olas. Autómatas enchufados a una vida que, en lugar de proporcionarnos energía, nos la absorbe. El madrileño, paradójicamente, recarga las pilas desconectando. Durante el invierno son los puentes el oasis al desierto de la rutina. Ya este año se ha notado cómo los madrileños han buscado ese breve descanso en sus propios sofás y no en los hoteles, cómo la relajación no ha consistido en cambiar de escenario sino, simplemente, en quedarse quieto en el de siempre. Pero es ahora, en verano, cuando necesitamos de verdad abandonar esta ciudad, dejarla con sus chispazos y su zumbido de máquina trituradora y fugarnos a un paraje tranquilo, colorido y sin enchufes.

Y hoy, económicamente empobrecidos para recargarnos en el Caribe o Nueva York, ese retiro ansiado es de nuevo el pueblo de nuestros padres. Es posible que nunca hayamos dejado de acudir del todo. Los hijos pequeños, el amor por esa tierra y las amenazas de muerte de los tíos o los abuelos si no vamos al menos en Navidad nos han mantenido vinculados a esos rincones. Pero quizá hacía muchos años que no pasábamos allí el verano, todo o casi todo el verano, como sucederá en agosto.

Estas vacaciones serán un forzado déjà vu. El tiempo se volverá a detener tumbados boca arriba en camas que se han quedado pequeñas, se nos prenderá el acento de los bares, nos rodearemos de los primeros libros leídos y de esos viejos eternos tomando el sol. Y miraremos a las chicas que se fueron bajando la calle de nuestra infancia sin volver la cabeza. Y hoy, sin embargo, saludarán antes de meterse en casas sin número donde ya no las esperaremos. Y caerá la noche malva y antes de que alguien llame a cenar, enseñaremos a nuestro hijo a mantener el equilibrio sobre esa bici de la que, en realidad, no nos hemos terminado de bajar nunca.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_