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Columna
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Derechización

Siguiendo con los análisis que comentan los resultados de las elecciones europeas, a mi juicio cabe resumirlos en tres puntos: la derrota del partido español de gobierno, la llamada absolución popular de la corrupción política y el retroceso electoral de la socialdemocracia europea, sorprendente por su inesperada magnitud. Juntando los tres indicadores, obtenemos una creciente derechización general.

Uno. La derrota de los socialistas españoles debe ser interpretada como voto (y abstención) de castigo al Gobierno ante su falaz y confuso enfrentamiento a la crisis. Falaz porque siempre la negó hasta el último momento, y luego la infravalora dando por supuesta una pronta recuperación. Y confuso porque el cóctel de medidas de alivio, rescate y estímulo está siendo muy contradictorio, sin que los ciudadanos puedan percibir una línea clara y con sentido creíble. De ahí el malestar general de la ciudadanía ante el derrumbe del empleo, lo que explica muy bien el fuerte retroceso electoral. Pero hay más.

La estrategia de crispación del PSOE ha supuesto un fracaso en toda regla

La estrategia de crispación seguida por el PSOE, cuyo único argumento de campaña fue el miedo al PP como acicate para combatir la abstención elevando la tensión electoral (táctica que en las pasadas generales de 2008 pareció funcionarles bien), esta vez ha supuesto un fracaso en toda regla. O algo peor, pues ha desatado un efecto bumerán que ha llenado de votos las urnas del PP. Así que el PSOE tendrá que cambiar de estrategia de aquí a 2012, pues el ciudadano escarmentado ya no se dejará despistar por segunda o tercera vez.

Dos. La absolución electoral de los políticos corruptos resulta siempre indignante, pero, más aún, cuando es formalmente pedida por su partido, como han hecho el PP en España y Berlusconi en Italia, pidiendo explícitamente a sus electores que actuasen como jurado popular absolviendo a sus candidaturas pese a la imputación de corrupción. Pero lo más descorazonador es que al menos Berlusconi perdió votos, aunque ganase los comicios, mientras que los populares madrileños y valencianos han multiplicado por mucho los suyos.

¿Cómo entender tan escandalosas muestras de incivismo? De un lado hay que atribuirlas a la secular cultura política latina, caracterizada por un "familismo amoral" que cuenta con la absolución de la indulgencia católica, y es por tanto tolerante con la corrupción política que fluye a través de todas las redes clientelares. Una tradición agravada por décadas de dictadura en las que el régimen patrimonializaba los bienes públicos a cambio de sobornar a las clases medias. Por eso, en España o Italia ningún político dimite cuando le sorprenden en flagrante corrupción, como hacen todos en la Europa protestante.

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Pero aún hay más. Aquí, las imputaciones judiciales de corrupción no son tomadas en serio por los ciudadanos, tras convertirse en arma arrojadiza de lucha política. Y de tanto como se ha judicializado la política, también la justicia ha quedado politizada, perdiendo cualquier apariencia de independencia e imparcialidad. Así, el ciudadano desconfía de las imputaciones judiciales de corrupción, tomándolas como ataques injustificados producto de maniobras conspirativas. Y esta lamentable desautorización de los tribunales es la triste cosecha obtenida tras la campaña conspiranoica que ensució el juicio del 11-M.

Tres. En cuanto a la derechización general del voto en las europeas, debe entenderse dentro de un calendario político más largo. El estallido de la crisis ha supuesto un cambio de ciclo político en las democracias anglosajonas neoliberales, expulsando del poder a los republicanos en EE UU y a la Tercera vía de Blair (hoy Brown) en Reino Unido. Pero no así en Europa continental, donde se mantiene la hegemonía del conservadurismo estatal propio del capitalismo renano (eje Berlín-París). Por eso, la crisis no ha castigado al poder neobismarckiano de Merkel y neogaullista de Sarkozy, sino que los ha reforzado, recompensando su gubernamental proteccionismo interventor.

Por lo demás, las bases sociales de la socialdemocracia europea hoy se han hecho claramente conservadoras. Sobre todo tras el impacto de la crisis económica, que les ha hecho experimentar el temor de perder sus evidentes privilegios, comparados a escala internacional. La miseria y el paro causado por la crisis lo sufren los inmigrantes, mientras las clases medias y trabajadoras autóctonas conservan su empleo y su protector régimen de bienestar. No es extraño, por tanto, que voten a partidos conservadores, que parecen más eficaces que los socialdemócratas a la hora de reactivar el capitalismo restaurando los valores patrimoniales del individualismo posesivo.

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