El obispo de Bilbao pide "un no rotundo al terrorismo de ETA"
El consuelo de los príncipes de Asturias arropó ayer a la familia de Eduardo Puelles en el funeral celebrado a la una de la tarde en la iglesia de San José, a escasos cien metros de la subdelegación del Gobierno donde había sido instalada la capilla ardiente del policía asesinado por ETA. Los centenares de personas que esperaban la salida del féretro hacia la iglesia -portado a hombros de agentes del Cuerpo Nacional de Policía, Guardia Civil, Ertzaintza y Policía Municipal de Bilbao- mostraron su pésame con aplausos en todo el recorrido.
Era el mismo escenario de otros muchos funerales de víctimas de ETA, pero con mayor presencia de ciudadanos y autoridades. La mayoría deseaba mostrar su cercanía a la mujer y los hijos de Eduardo Puelles en el triste desfile hacia el funeral.
Un grupo de amigos de Rubén, el hijo mayor de Eduardo Puelles, se abrazaban a las puertas de entrada de la capilla ardiente. "Ahora tenemos que apoyarles en todo", decían Tania y Saray. Lo mismo repetían las personas que no conocían de nada a la última víctima de ETA. "¿Cómo no sentir la pena de esa madre y esos hijos ante una muerte horrible? He venido a rezar por ellos y porque sea el último", aseguraba una mujer.
Don Felipe y doña Letizia presidieron el funeral, al que también asistieron la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, el lehendakari, Patxi López, y su gobierno, entre otros representantes de las instituciones y partidos políticos vascos.
"No estáis solos", dijo el obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, a la familia en su homilía. Sus palabras incidieron en transmitir un "no rotundo al terrorismo" y "la solidaridad de todos" a los familiares.
El obispo Blázquez pidió a la sociedad que continúe "con paso firme en el camino que conduzca a la desaparición de ETA, que tanto daño nos ha causado". "Apoyamos a las autoridades en el recorrido, siempre difícil y a veces muy doloroso, hasta alcanzar plenamente una convivencia libre y segura para todos".
Al final, cuando sonó el Agur Jaunak (Adiós a todos), un himno vasco de respeto, para despedir al fallecido, algunos ciudadanos no pudieron contener las lágrimas. Al acabar la ceremonia, la viuda, en un último adiós a su marido en el pórtico del templo, acarició con la mano la caja mortuoria.
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