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OPINIÓN
Columna
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Nace un nuevo club

Joaquín Estefanía

Uno de los cambios más destacados en el planeta de la primera década del siglo es el desplazamiento del poder hacia las nuevas realidades emergentes. Hay un reequilibrio del dominio de EE UU, tan hegemónico en la anterior centuria. Por ejemplo, ante los daños de la crisis económica ya se acepta comúnmente que la salida de la misma no podrá hacerse sin EE UU, pero que los norteamericanos tampoco lo conseguirán solos. La semana pasada ha nacido otro club que ayudará a completar esta nueva realidad: los países BRIC (acrónimo de Brasil, Rusia, India y China, extendido por los analistas de Goldman Sachs ya hace años) se han reunido en Rusia y han decidido constituirse como otra organización más, inorgánica, informal, sin estructura burocrática, del tipo de las formaciones G (G-2, G-8, G-20) que alojan desde hace algún tiempo los debates sobre lo que ocurre.

Los países emergentes disputan la hegemonía económica de EE UU en la nueva composición del poder mundial

Los BRIC, que ya se habían juntado como tales alguna vez, pusieron en Ekaterimburgo su poder sobre la mesa: representan casi a la mitad de la población mundial, un cuarto del PIB mundial, el 40% de toda la superficie y el 65% de todo el crecimiento económico de los últimos años. Y anunciaron que, pese a algunas contradicciones entre sus miembros, actuarán como un lobby en defensa de sus intereses, en el marco de referencia de la globalización. No en vano se considera que son los mayores beneficiarios de esta etapa de globalización realmente existente y que, más temprano que tarde, ocuparán la mitad de la economía mundial, disputando el terreno a EE UU, Japón y la vieja Europa.

Por ejemplo, actuarán con una sola voz en la próxima reunión del G-20; demandarán un papel superior en los organismos multilaterales de Bretton Woods, exigiendo que el nombramiento de sus directivos no se atenga ya al reparto implícito de siempre (un europeo al frente del FMI, un estadounidense en el Banco Mundial) y el fin de su marginación; pelearán para cambiar el funcionamiento de las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, etcétera.

En el terreno más económico, las reflexiones de los BRIC podrían conducir a un espectacular cambio en el terreno monetario: quieren paliar la hegemonía del dólar (cuyo valor depende de la política del Tesoro americano, que afecta a otros muchos países) por una cesta de monedas de reserva, aparte del dólar y del euro. Esta idea, que ya fue planteada por China antes de la última reunión del G-20 en Londres, ha sido ahora asumida con más centralidad por todos los miembros del nuevo club.

La presencia estructural de los BRIC se ve facilitada ahora por la coyuntura económica: China puede ser el primer país en salir de la gran recesión a través de su imponente plan de estímulo público a la demanda, y los mercados bursátiles de esos países viven una primavera en la que sí son tangibles los brotes verdes.

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