_
_
_
_
Opinión
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El balcón

Como no hay sustancia, hay balcones.

Hay un libro de Álvaro Pombo, Relatos sobre la falta de sustancia, cuyo título daría para definir la vida política española; aquella falta de finura de la que le hablaba Andreotti a Areilza es falta de sustancia. Lugares comunes, dimes y diretes, eslóganes repetidos hasta la saciedad, prontuarios de los que viven los políticos y muchos periodistas, navajeo de café. Falta de sustancia.

Y como no hay sustancia, digo, hay balcones. Llamó la atención que Zapatero no se asomara al balcón de Ferraz para decir por qué había perdido su partido; se asomó Leire Pajín. No es lo mismo, que diría Alejandro Sanz. Para explicar una derrota se necesita un aplomo filosófico que se aprende en las academias de autocrítica, y aquí, en España, las academias de autocrítica están cerradas por reformas.

Y como no hay sustancia, ni academias de autocrítica, se tiene uno que conformar con lo que dicen los balcones. Un balcón suculento, a este respecto, es el balcón de Génova, donde reside el Partido Popular en Madrid. Me encontré con una periodista, el domingo al atardecer, cuando aún no se habían cerrado los colegios electorales. ¿Dónde vas? Iba a ver el balcón de Génova. Un día habrá que mirar balcones en lugar de semblantes. Según como esté el balcón estará el ánimo del partido. El balcón es el espejo del alma.

Y esta vez el ánimo del partido estaba exultante; saltó hasta Mayor Oreja, cuya corpulencia le asemeja más al oso aquel de los guiñoles que a la aérea figura que se requiere para competir con los danzantes. Pero en esa escenografía del balcón de Génova hubo una figura que ha dado mucho que hablar estos días. Pues mientras un Rajoy más afeitado, y más estilizado, que nunca hablaba del éxito del congreso de Valencia, a su lado, poniéndole sustancia metafórica al instante, estaba Esperanza Aguirre. No saltó, o no la vi saltar; aplaudía. Es curioso. No acudió al balcón cuando Rajoy perdió las otras elecciones, las generales, acaso porque ella juzga que estar al lado del perdedor le da gafe para seguir ganando. Pero allí estaba, aplaudiendo, y después estuvo comparando a Rajoy con el rey... del ajedrez.

Esa presencia le da sustancia al balcón, y a los psicoanalistas. Si los perversos cronistas no dicen mentiras, ella fue la capitana que intentó torpedear las expectativas que se marcó Rajoy en el congreso de Valencia. Puesta allí, en el balcón, parecía como una goma de borrar. Pero ¿de borrar qué? -

jcruz@elpais.es

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_