Kaká
Si algún día se produce el cataclismo, pero se queda la grabación de algunos de los informativos de ayer, y además queda entre las ruinas de la inteligencia un libro de teoría de la filosofía, los que vuelvan a vivir en el planeta, si es que vuelve alguien, pensarán que en nuestro tiempo se acabó el prestigio de los silogismos. Y lo curioso es que esas piezas que llevarían a pensar que también se acabó la lógica tiene que ver a la vez con las declaraciones de un futbolista y de un político, unidos además por el dinero.
Por un lado, el brasileño Kaká y por otro el italiano Berlusconi. Kaká se erigió en analista y filántropo, pues con su dinero (Julia Otero calculaba en Onda Cero que ganaría 1.000 euros a la hora en el Real Madrid) iba a salvar al Milan (y a Italia, supongo) de la ruina económica a la que lleva esta crisis.
Es curioso el silogismo: si me voy al Madrid salvo al Milan, de modo que si me voy a España resucito a Italia. Sin embargo, su vendedor, Silvio Berlusconi, que sacrificó los andares espectaculares de este futbolista que se desliza como si fuera un bailarín ruso que estudiara samba, ha recapacitado, y después de ponerlo en el mercado y hacer caja para salvar a Italia (es decir, al Milan) ha visto que ése ha sido (con otros) el factor que ha llevado a la ruina su aspiración de haber arrasado en las elecciones europeas.
Pero no sólo fue Kaká quien desestabilizó sus ansias de mayoría; su mujer, o su ex mujer, también ha hecho lo suyo, denunciando lo que luego ha venido en las fotos. El silogismo es que si ella hubiera aguantado callada, Kaká no hubiera existido (y por tanto no hubiera sido objeto de traspaso) y las fotos se hubieran quedado en la retina de EL PAÍS, él hubiera paseado una mayoría más brillante que el mejor silogismo. Eso es lo que quedaría de los telediarios de hoy, y la gente fliparía después del cataclismo.
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