"Sentía cómo la historia corría bajo mis pasos"
"Mis amigos dicen que mi vida es como una novela", dice Zhang Lun, el que fuera jefe de seguridad de los estudiantes y uno de los líderes de las protestas que culminaron con la matanza de la plaza de Tiananmen, en Pekín, hace ahora 20 años. Ayer presidió en Barcelona un acto organizado por Amnistía Internacional para recordar que los autores de aquella carnicería siguen impunes.
Zhang, ahora un parisiense con una sólida carrera académica que viste un elegante traje de lino crudo, no ha vuelto nunca a su país, pero preside la Federación para la Democracia en China y asegura que gracias a Internet está completamente al corriente de todo lo que allí sucede.
Prefiere no enfrentarse a la carta del restaurante. "Soy un demócrata, pero para escoger el menú me someto a la dictadura del anfitrión". Todas las sugerencias del maître le gustan, pero se entusiasma por unos calamares rellenos de sepia y champiñones.
El activista chino lideró las protestas que acabaron en Tiananmen
Hijo de una familia de intelectuales de Shenyang, en Manchuria, a quienes la revolución cultural de Mao Zedong transformó en campesinos para proceder a su reeducación, Zhang tuvo una infancia rural. "Éramos fervientes maoístas", reconoce, "pero poco a poco la propia realidad de las cosas nos hizo ver el desastre". Pero no fue hasta 1976, con la caída de la banda de los cuatro, que pretendía prolongar el maoísmo, que acabó la pesadilla y pudo volver a la ciudad e ingresar en la Universidad para estudiar economía, con la voluntad de "cambiar el país".
Debieron de ser unos años extraordinarios porque su relato se acelera y se hace imparable -la lubina salvaje corre el peligro de enfriarse- cuando recuerda sus "intensos" deseos de conocer el mundo exterior y de empujar a China hacia la modernidad.
Pronto Shenyang se le quedó pequeño. Había que ir a Pekín, "el centro de todo", donde estaba seguro "de vivir un acontecimiento histórico". Y la capital no le defraudó. En 1985 entró en la prestigiosa Universidad de Pekín y se sumergió en los círculos reformistas. "Raramente se ha producido un periodo en la historia de la humanidad como el que yo viví en esos años", relata. "Pienso que tuve una gran suerte; creábamos cosas formidables y sentía cómo la historia corría bajo mis pasos".
Zhang ha terminado su lubina y contempla sorprendido una rebanada de pan con tomate, el maná local. "En Occidente se tiene una opinión demasiado simple del reformista Deng Xiao Ping", explica. Deng, asegura, está en el origen de la represión, como desvelan las memorias recién publicadas de Zhao Ziyang, el secretario general del partido que perdió el pulso contra los conservadores ante el desafío de Tiananmen.
Zhang tuvo suerte. Escapó como en una novela de aventuras. Primero se escondió en Mongolia, luego vivió tres meses clandestinamente. Al fin, con la ayuda de las mafias locales, consiguió llegar a Hong Kong en una lancha rápida que a punto estuvo de encallar. Mientras esperaba su visado para entrar en Francia, vio en la televisión la caída del muro de Berlín y se dijo que todo aquello formaba parte de la misma ola. "No en balde era el 200 aniversario de la Revolución Francesa".
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