Madrid culé
Cuando, allá por 1985, un servidor aterrizó en Madrid para buscarse un futuro, pronto comprendió cuál iba a ser su identidad futbolística. Me convertiría para siempre en un pobre pero digno hincha en el exilio.
Eran los años de la quinta del Buitre, estilo estratosférico para quien se había formado en las gradas de El Sardinero, comiéndose las uñas para que el Racing no bajara de categoría o subiera, según la trinchera en juego. En las ciudades pequeñas, el amante del fútbol basa su pasión en la supervivencia. Cada partido se vive como cualquier final de la Champions, y no se permanece fiel a ningún otro método ni ideario que no sea salvar el culo.
Ésa es la realidad. El sueño lo eliges después. Para ahogar las penas que te endilgan tus maravillosos tuercebotas escoges un grande. El Madrid o el Barça. Yo me dejé seducir muy pronto por el segundo. Algo que hoy resulta infalible para un culé me convenció: las destrezas de ese genio flaco con flequillo que fumaba en el vestuario y se llamaba Johann Cruyff.
En las ciudades pequeñas, el amante del fútbol basa su pasión en la supervivencia
Alguien me regaló un traje blaugrana. Me quedaba estrecho y se me salían las chichas por los costados, pero lucía un gran nueve a la espalda. Como Cruyff. Durante años, no se me hubiese ocurrido vestirlo como si nada por las calles de Madrid. Pero desde hace semanas, no hago más que toparme con varios tipos que lo llevan puesto, con toda la naturalidad del mundo.
Cuando Andresito Iniesta, que Dios le tenga en su gloria, le marcó ese gol al Chelsea que nos llevó a la final, aquí, el menda, saltó del sofá, gritó fuera de sí y lloró. Hasta ahí, nada nuevo. Solía ser el único en el barrio que cantaba los goles del Barça. Pero resulta que esa vez no lo hice solo. Algunos vecinos también lo corearon. Me chocó. Cuando el miércoles ganamos la Champions, un puñado de culés bajó a la Cibeles para celebrarlo. Tan panchos. ¿Qué está pasando aquí?
Por un lado, que esta ciudad en la que algunos se empeñan en tirar las banderas del españolismo como club exclusivo desde los retrovisores del pijerío, es abierta, solidaria, acogedora y grande. Después, que durante este vacío de poder del madridismo a raíz del 2-6, ustedes me perdonarán, y con el Atleti -mi tercer amor- cumpliendo, la ciudad se ha hecho un poco culé. También el resto de España, Europa entera y el mundo mundial. Hasta los pericos se rinden. La razón es tan simple como compleja. Este equipo ha conseguido trascender y universalizar algo que está en constante crisis y cambiando: un raro sentimiento de identidad que no tiene que ver con terruños, sino con actitudes, con formas de ver la vida. Cuando los jugadores cerraron su año triunfal el jueves en el Nou Camp al grito de ¡visca el Barça! ¡visca Catalunya!, la cosa sonaba a trámite fuera de allí. Parecía una contraseña repetitiva y vacía de sentido. El sentimiento que han inspirado durante todo este año del triplete los chicos de Guardiola, va mucho más allá del provincianismo protocolario.
Que se aplique el cuento también Florentino con su nuevo Real Madrid. Ya no podrán fardar de ser el equipo de referencia para los auténticos españoles. Tendrán que huir de su otro nacionalismo igualmente excluyente. Por lo pronto, ha acertado con el eslogan. El mundo les está esperando. Pero les dará la espalda pronto si vuelven a cometer los mismos errores apostando por jugadores distantes, fríos y de pasarela.
La clave de este Barça está en sus líderes, que representan justo lo contrario. Humildad y trabajo. Genio e ilusión. Lo que les ha metido en vena ese héroe global, moderno y honesto que es Pep Guardiola. La actitud de Puyol, un gladiador ajeno al dolor. La generosidad insobornable de Iniesta, que si no llega a ser de Albacete y hubiese nacido en Brasil, hace tiempo que tendría el Balón de Oro. En ese Messi al que los contrarios se quedan mirando hipnotizados. En Eto'o y esa sonrisa africana, que ha cumplido con creces su promesa de correr como un negro para cobrar como un blanco. Y sobre todo en Xavi. "¿Quién es el mejor jugador del mundo? ¿Messi o Cristiano Ronaldo?", preguntaba el otro día mi admirado Javier Cercas al aire. Antes de que nadie respondiera, soltó la respuesta: "¡Xavi, coño, Xavi!". Como sugiere mi compañero de pupitre Luis Gómez, periodista de raza, curtido en campos de toda calaña, sólo les falta Casillas para perfeccionar la lista de ese perfil que basa la genialidad en andar por la vida de normal y sin ínfulas. Pero ¿qué haría ahora el nuevo madridismo sin Iker? Pues volver por la senda de la pedorrez. ¿Y quien quiere un Madrid con mechas, ropa de marca, cochazos y tatuajes, cuando unos chavales morenillos, pelaos y bajitos son los que han conquistado el mundo y la Cibeles?
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