No lea libros de economía
Rafael Alberti escribió un libro sobre los cómicos del cine mudo titulado Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos. Jugaba a poetizar la conveniencia de la estupidez. Perseguidores de metáforas que hablasen de la plenitud humana, los poetas contemporáneos han pagado en muchas ocasiones la factura de la luz, es decir, la navaja que usa la inteligencia para romper las promesas y los falsos consuelos. Rubén Darío envidiaba la imposibilidad que tienen las piedras de pensar y sentir. Somos, al fin y al cabo, hijos de Eva, sabemos que es peligroso acercarse al árbol de la sabiduría y que una visión demasiado clara puede dejarnos ciegos.
Aconsejo últimamente a mis amigos que no lean libros de economía. No lean, por ejemplo, el estudio titulado La crisis (Attac), que acaba de publicar Juan Torres, catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla. El desconocimiento ayuda a vivir con tranquilidad. Siempre he considerado a los economistas como una especie de sacerdotes contemporáneos, celadores de un saber casi divino del que está excluido el común de los mortales. Me había acostumbrado a acatar sus consejos y profecías como el testimonio de una verdad que nos condenaba casi siempre a la prudencia. Pero la crisis es un asunto demasiado insistente, y yo he cometido el error de atreverme a leer estudios económicos para entender algo del proceso que estamos soportando. La verdad es que he perdido el sosiego, estoy malhumorado y con ganas de volver a la militancia activa. Juan Torres publicó hace unos años el libro Toma el dinero y corre. La globalización neoliberal del dinero y las finanzas, en el que profetizaba todo lo que ahora analiza como una realidad cumplida.
Cuesta trabajo asumir la frialdad criminal con la que los reyes del dinero han cambiado la economía productiva por la economía especulativa. Asombra la ingeniería mercantil que ha prescindido con alevosía de la creación de riqueza para forzar unos negocios avarientos, preocupados sólo por aumentar las ganancias de los que más tienen. Sobrecogen las malas artes de los bancos para hacer dinero con nuestras hipotecas, multiplicando sus negocios gracias a inventos de opacidad fiscal. Y llena de cólera comprender cómo los gobiernos europeos, conservadores y socialistas, han confundido la modernidad con la toma de decisiones encaminadas a favorecer la avaricia de los bancos y de sus especuladores. ¡Vaya Europa hemos creado!
Mejor no saber, les digo a mis amigos. Porque resulta duro seguir una campaña electoral cuando se comprende que no sólo nuestra crisis, nuestro paro, sino también los 31.000 niños que mueren al día de hambre y sed, están íntimamente relacionados con las sonrisas de los respetables banqueros que celebran sus beneficios. No, mejor no leer, porque la sabiduría te convierte en un individuo colérico, o en alguien condenado a perder su comodidad, alguien que debe buscar soluciones. Los bancos han conseguido poner en muy pocas manos el dinero del mundo, 1.400 manos en España, y cuando la velocidad de la especulación se hizo insostenible han conseguido también que el dinero público, el de los pobres, pague sus pérdidas.
Los libros de economía te enseñan que no estamos viviendo una crisis económica, sino política, una crisis de derechos humanos, una crisis sentimental. Hace falta haber perdido la compasión ante los que sufren para humillar de esta forma la política a los bancos. El estado actual de la economía, un casino tramposo, nos obliga a ponernos a trabajar, a recuperar la fraternidad, a abandonar las viejas formas que han hecho posible el imperio de los avaros. Habrá que inventarse algo. ¿Complicarse otra vez la vida? Mejor no leer, hacerse el tonto, no sentir junto a los que sienten, vivir como las piedras que envidiaba Rubén Darío.
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