Cotidianidad y buen gusto
Con la muerte de Afonso Milà no sólo hemos perdido a un ciudadano ejemplar, un militante de la cultura, sino uno de los mejores profesionales que han mantenido a lo largo de muchos años una manera de entender la arquitectura a partir de dos bases metodológicas: la voluntad de servicio, incluso en términos de cotidianeidad vulgar, de tradición conservadora, y la imposición de un buen gusto exigente, incontrovertible, con un tono de elegancia de clase, siempre sustentada en una reflexiva filtración cultural. Podríamos decir que es el arquitecto de su generación y de su país que mejor ha entendido la arquitectura como una parte -o sólo como un aspecto- muy significativa del diseño, no sólo como método, sino como exigencia ética y, en consecuencia, como signo estético. El método, la exigencia y el signo han sido las bases de su trabajo, siempre desarrollado en colaboración con Federico Correa.
El equipo Correa-Milá ha marcado desde los años cincuenta una manera de hacer arquitectura y diseño que ha influido en varias generaciones catalanas, difuminadas entre muchos alumnos y colaboradores. El apellido Milà, que se divulgó en el mundo de la arquitectura como el nombre de los propietarios de La Pedrera, ha tenido también después una referencia directa alrededor de la familia de Alfonso (diseñadores, interioristas, arquitectos) de manera que podemos hablar de una saga Milà cohesionada y autoformativa. Esa generosa cohesión y persistencia es el homenaje que le ofrecen hoy sus alumnos y seguidores, un par de generaciones significativas en la arquitectura catalana.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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