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Columna
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La Afición

La Afición es maravillosa, ya lo sabemos, lo ha sido siempre. Tener una afición es sano: nos entretiene, nos instruye y nos hace sociables si la compartimos. La palabra aficionado, por otra parte, posee su carga peyorativa. Llamamos aficionado a quien no es un verdadero profesional; en el peor de los casos, a un chapucero. En sentido estricto, sin embargo, un aficionado es alguien que tiene una afición, alguien a quien le gusta algo y se dedica a ello, bien a practicarlo o bien a contemplarlo. Se puede tener afición a los toros, a la pintura, a la ópera, al fútbol. Pero tener una afición no significa, de entrada y por sí mismo, formar parte de la Afición -y perdonen la mayúscula-. ¡Ah, no!, la Afición es otra cosa. Ahí ya no estamos ante un nombre abstracto, sino ante un nombre colectivo, una entidad palpable, corpórea, cuya característica determinante no es ya lo que le guste o no, sino su plástica necesidad de ganar volumen.

La Afición tiene gula de sí misma, de su visibilidad, necesita engordar para ocupar el espacio, todo el espacio. Sucede, además, que no cualquier afición es válida para acceder a la Afición. Los amantes de la literatura, de la música, o del bricolaje, rara vez -no quiero ser categórico y decir nunca- llegan a configurar una Afición. Ese tipo de aficionados no ignoran su naturaleza vicaria, son modestos, y ceden el protagonismo a quien realmente lo tiene, a aquello que adoran. No es esa una de las características de la Afición, en cuya naturaleza está la tendencia a constituirse en sujeto superlativo.

Lo vimos en Bilbao la pasada semana a raíz de la gesta del Athletic, glorioso club. Pero podría haber ocurrido lo mismo en San Sebastián, donde ya tuvimos un delirio de festejos, coros y danzas cuando la Real, glorioso club, quedó ¡subcampeona! de la Liga hace unos años. Cualquier ocasión le es buena a la Afición para hacerse sentir y sus niveles de exigencia son cada vez menores. ¿Llegará un momento en que se celebre la feliz hazaña de no bajar de categoría? ¿Qué efemérides se harán propicias para que la Afición estalle, viva, exista? ¿La primera victoria sobre el Albacete; la repetición, cincuenta años después, de algún triunfo épico-lírico-dramático-trascendental? La Afición necesita pretextos para sentirse viva, y quienes la necesitan viva saben fabricárselos a la perfección. Hemos sido testigos de ello. No estar en Mestalla equivalía casi a dejar de existir, como nos recordó aquí Eduardo Rodrigálvarez. Luego dicen que la Afición no fue respetuosa con los sentimientos ajenos cuando montó la bronca ante el himno español. ¡Qué ceguera! Fue justo ese su momento de gloria, ¡cómo podría haber renunciado a él! Si en algún momento existió como entidad soberana fue en ése. Como lo hizo también al exigir un recibimiento inmerecido. Necesitaba hacerse visible, aplaudirse a sí misma. ¡Ah!, pero la Afición es maravillosa. Seguiremos fabricándola.

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