"Cada mes tenía que probar que no estaba embarazada"
Zhang Lijia llega caminando con paso decidido y un libro bajo el brazo. "¿Vamos, entonces, al restaurante El Este es Rojo?", pregunta. El taxi se hunde en el tráfico camino del norte de Pekín. Nada más apropiado para escucharle hablar de su adolescencia y de cómo llegó a publicar su libro, escrito en inglés, Socialism is great (El socialismo es estupendo), en el que narra sus 10 años de trabajo en una fábrica de misiles, su despertar sexual y su participación en las manifestaciones de Tiananmen.
Zhang se sienta, coge la carta y pide sin dudarlo mucho: "Tofu, col rizada y bagre en sartén de hierro; pero que no esté muy picante. Tres platos bastarán. Para beber, té". La camarera, vestida de guardia roja, asiente. Los eslóganes revolucionarios decoran las paredes: Larga vida al pensamiento del presidente Mao, Larga vida al Partido Comunista.
La escritora china relata en un libro su papel en Tiananmen y su despertar sexual
"Nací en una familia obrera. Mi madre trabajaba en una factoría militar de misiles en Nanjing. Cuando yo era adolescente, fue decretada una política por la cual la gente podía pasar el empleo a sus hijos, y mi madre decidió aprovecharla. Mi padre había sido enviado a otra ciudad por derechista".
Era 1980. China acababa de poner en marcha el proceso de reformas económicas, y Zhang soñaba con ir a la Universidad y ser escritora. "En su lugar me vi, con 16 años, convertida en obrera en un lugar repleto de control", cuenta con fuerte acento británico. "En la fábrica había una larga lista de prohibiciones. Los tres primeros años no podías salir con un chico, y no podías pintarte los labios ni llevar tacones. Todos los meses tenías que mostrar sangre a la llamada policía de la regla para probar que no estabas embarazada".
La rutina laboral, las reuniones políticas y la pérdida de la virginidad en el suelo de un rancio taller desfilan por el libro, que Zhang tituló originalmente Una rana en el pozo, en referencia a cómo se sentía en la fábrica. "No era feliz, así que me refugié en los libros y comencé a estudiar inglés. Aprender otra lengua cambió mi vida. Me atreví a ser diferente. Utilizaba unas gafas distintas, tenía novios".
De repente Zhang, sorprendida por el chisporroteo del pescado frito, suelta: "Nunca podría ser vegetariana. De pequeña pasé demasiadas ganas de comer carne. Mi hermano y yo cazábamos cigarras, las asábamos y nos las comíamos".
Cuando estallaron las manifestaciones de Tiananmen (1989) organizó las protestas de los empleados de su fábrica. El libro -no está publicado en China- finaliza en el momento en que es interrogada.
Un año antes había conocido en Pekín al británico que más tarde se convertiría en su marido. En 1990 se unió a él en Reino Unido. Tres años más tarde regresaron a China, y Zhang comenzó a trabajar como asistente de periodistas extranjeros, hasta que decidió dedicarse a escribir ella para publicaciones extranjeras. En 1999 escribió con su todavía marido un libro de entrevistas, y más tarde recopiló su experiencia en la fábrica, paralela a un periodo de la historia de China sobre el cual no hay muchas memorias. "Los ochenta fueron años fantásticos, todo comenzó a cambiar. Había mucha más pasión y esperanza que ahora". Hoy está enfrascada en una novela sobre una prostituta en Shenzhen. Zhang, de 45 años, vive con sus dos hijas, de 10 y 12 años, en Pekín. Tiene pasaporte británico. "Quiero hacer de puente entre China y Occidente", dice.
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