Oportunidad de futuro
La holgada victoria en India del partido gobernante debe acarrear reformas profundas
La abultada victoria electoral del partido gobernante, por un margen mayor al esperado por los más optimistas, va a permitir que India tenga un Gobierno más estable y reformista que el de los últimos cinco años. Algo fundamental en un país de su complejidad y dimensiones, situado en una de las encrucijadas más inestables del mundo. Va a repetir mandato el Partido del Congreso, bajo la dirección de Sonia Gandhi, con la coalición que aglutina, circunstancia no vista en India desde hace más de 30 años. Es un triunfo de la dinastía Gandhi, que debe mucho al carisma de Rahul, hijo de Sonia y nieto de la asesinada Indira, presumiblemente miembro del próximo Gabinete y heredero natural del respetado y septuagenario Manmohan Singh, el revalidado primer ministro.
El resultado de las elecciones que se han desarrollado durante las últimas semanas en la mayor democracia formal del planeta permitirá a Singh elegir socios entre muchos aspirantes. Y hacer sin cortapisas ni aliados incómodos un Gobierno de coalición que debería poner en práctica en la tercera economía de Asia las promesas de crecimiento y trabajo en las que el Congreso ha basado su campaña. Cientos de millones de indios han dado la espalda a cantos de sirena religiosos, de casta y lengua, elementos tradicionalmente decisivos en las urnas, para pronunciarse esta vez por una gobernación moderna y eficaz. Ganar las elecciones puede haber resultado más fácil para el partido gobernante y sus aliados que responder ahora a las enormes expectativas suscitadas entre quienes han elegido el desarrollo y la estabilidad. India, pese a su crecimiento reciente, sigue afrontando el desafío de sacar de la miseria a millones de sus ciudadanos. Y tiene también importantes retos regionales, desde Nepal a Sri Lanka, encabezados por la descomposición de su vecino y enemigo Pakistán, amenazado por el islamismo radical.
Entre los síntomas más alentadores de las elecciones está el fracaso, de relativo a abultado, de la colección de partidos regionales, en su mayoría demagógicos y populistas, que durante décadas han mantenido rehén al Gobierno de Delhi apelando a cualquier cosa menos a la eficacia política. Un fracaso que se hace extensivo al principal partido opositor, el Baratiya Janata, nacionalista y sectario, empeñado en degradar la convivencia entre hindúes y musulmanes, cuyos resultados quedan muy lejos de los esperados. Y que se hace extensible a los comunistas y otros grupos izquierdistas, que ayudaron a Manmohan Singh a formar Gobierno en 2004, pero se convirtieron después en rémora decisiva para las imprescindibles reformas liberalizadoras y sociales que el inmenso país demanda.
India necesita por encima de todo un Gobierno compacto, imaginativo y enérgico para capear la crisis global y pilotar sin complejos su particular constelación de males. Las urnas han dado al partido del Congreso una oportunidad histórica.
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